Recursos inhumanos

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Cuando era jugador de fútbol, Eric Cantona resolvía sus conflictos territoriales -en contraste con los puramente balompédicos, que los solventaba como un bailarín -a la manera instintiva de su personaje en “Recursos inhumanos”: sosteniendo la mirada, poniéndose chulo y, en última instancia, soltando un cabezazo al tipo que venía a tocarle la moral. Como hizo aquella vez con el neonazi del Crystal Palace que le insultaba desde la grada: “Vuélvete a Francia, bastardo de mierda...”. Cualquier otro se lo hubiera quedado mirando sin más, para no buscarse líos, por el que dirán de la prensa, y la multa sustanciosa de la Premier League. Pero Cantona, lo mismo cuando acariciaba la pelota que cuando topaba con alguien, no era un hombre normal. Lo que sucedió después ya es historia del fútbol: no de la que transcurre sobre el terreno de juego, sino en la grada de las aficiones, tan importante o más que la otra. Porque el fútbol -y no la mierda ésa de “Gran Hermano”, querida Mercedes- sí que es un fenómeno sociológico: la columna vertebral de nuestro ocio proletario, unos para disfrutarlo, y otros para renegar de él.

Unos dicen que aquello de Cantona fue un episodio negro del fútbol, mientras que otros lo siguen celebrando en secreto cada 25 de enero, día de la Conversión de San Pablo; y día, también, de la Santa Patada Voladora... Yo supongo -o quiero creer, es más, ¡lo afirmo!- que Eric Cantona no es así en su vida privada, y que, simplemente, nunca ha dejado de interpretar a su personaje. Hace años, porque le enfocaban las cámaras del fútbol, y ahora, porque le enfocan las cámaras de la cinematografía. Porque Cantona, el actor, tiene fotogenia, o telegenia, y un genio de mil demonios cuando arruga el entrecejo y saca el vozarrón intimidante. Es por eso que lo han elegido para interpretar -bueno, interpretar es un decir- a este parado cincuentón de larga duración que decide liarse a leches contra el sistema establecido. Sólo le ha faltado subirse las solapas de la camiseta, y buscar la complicidad del público en la grada. Genio y figura.