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Todo irá bien mientras haya existencias para todos: gasolina
en el súper, y pan en el supermercado. Y aspirinas para el dolor. Sin escasez
de recursos podremos seguir fingiendo que somos seres civilizados. Votantes responsables
que jalean a los suyos, abuchean al rival, y a la hora de la verdad, cuando se
cuecen las habas, se desentienden del fratricidio para tomarse un par de cañas al
solete. Es bueno que así sea: la guerra es mucho peor, y la revolución lo
llenaría todo de cristales. Mientras en las estanterías haya un poco de todo -aunque
algunos productos sean gourmet y otros marca blanca, como sucede con los
amores, o con los hoteles- el hombre sólo será un cabronazo para el hombre,
pero no un lobo despiadado, como señaló el abuelo Hobbes, cargado de razones.
Pero ay, cuando los recursos escasean... La última vez que en
Moscú faltó el pan, cayó un imperio que iba a durar mil años de justicia. La última
vez que aquí, en Occidente, corrió la voz de alarma, los yayos se lanzaron a
por todo el papel higiénico del supermercado, para limpiarse el culo en esta
vida y en la eternidad de la siguiente, mientras a los demás nos dejaban el
papel del periódico, o el de las ofertas que meten en los buzones. Bastó que
alguien lanzara un bulo sobre el desabastecimiento para que las cachavas
empezaran a marcar territorio, y los todoterrenos ocuparan tres plazas en los
aparcamientos, para espantar a los rivales. Y ya ves, qué crisis, qué mierda de
colapso, aquel de hace un año, que al final acabamos todos con los estómagos
llenos, y las lorzas reafirmadas, porque salir al súper y comer frente a la
tele fueron los dos únicos placeres permitidos por el Gobierno.
No hace muchos años, cuando yo iba a ver las cabalgatas de
los Reyes Magos con el retoño, todo era paz y concordia, espíritu navideño que
te cagas, hasta que el primer paje lanzaba desde la carroza un manojo de caramelos.
Lo que un segundo antes eran sonrisas entre la grey, ahora, en una transformación de hombres-lobo, ya todo eran codos,
paraguazos, acaparamientos de famélicos... Por unos putos caramelos. Qué no
haremos, cuando llegue el colapso anunciado en las Escrituras, y nuestros hijos nos pidan para comer,
o haya que elegir entre mi pellejo y el del vecino.
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