No matarás

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Empiezo la película remolón, poco convencido, pero al descubrir que el personaje de Mario Casas también lleva gafas, y también es un apocado con pinta de pardillo, se me disparan las neuronas espejo, y me identifico -salvando las distancias, claro- con el personaje. Al protagonista de “No matarás” también le cuesta decir que no, contrariar a los presentes, tomar la iniciativa en los asuntos decisivos. Medio tartamudea y esquiva la mirada si le vienen mal dadas. Todos sabemos que por debajo de las gafas de Clark Kent hay un Supermán del atractivo, de la musculatura, que en la vida real vuelve locas a las mujeres más guapas. Pero en una película la realidad queda en suspenso, y aquí Mario Casas no es el fucker de manual, sino Dani Nosequé, el tontolaba de su empresa, el pagafantas de las mujeres.

Decía que me identifico mucho con el personaje, sí, y más todavía cuando se topa con ese morbazo de mujer en la noche barcelonesa, y en vez de seguir el instinto de huida -que más que instinto es razón y clarividencia, pues se ve, se nota, se siente, que a esa mujer tan atractiva le falta un verano y parte del otoño- Dani, el pajillero, el de la vida tan poco excitante, decide seguir el otro instinto de la vara de zahorí, a ver si hay suerte, a ver si la vida le pega un giro radical y, como poco, se lleva el recuerdo de un polvazo reservado a los sementales más significados. Mejor eso que meterse en casa a cenar una ensalada mientras ve el Huesca-Valladolid, o la enésima película repetida o prescindible. Nos ha jodido.

Yo estoy con Dani. Yo soy Dani. Es más: yo he sido Dani. Le entiendo perfectamente. Mi abuela me decía que tiraban más un par de tetas que cien carretas. Me lo decía cuando yo era chiquitín, sin edad para el deseo, pero ella ya barruntaba, vamos que si barruntaba... Aquí, la verdad, teta muy poca, pero bonita y estilizada, eso sí. Suficiente para arrastrarte a la perdición, como en Camino a Perdición, que era otra película.

A orillas del mar, lejos de mi secano, se dice de otra manera lo de mi abuela: ata más pelo de coño que soga de marinero. Pues eso. Ahí lo llevas, Dani.