El juego del calamar. Temporada 1 (y II)

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Hay que reconocer que “El juego del calamar” da para hablar largo y tendido. Unos le echan pestes y otros le arrojan flores, pero sea como sea, quienes se juntan después de haberla visto ya tienen la tarde salvada. Es la serie ideal para superar la primera cita en Tinder, para entretener la sala de espera. Para celebrar la barbacoa sin tocar los temas espinosos con el cuñado.

Hoy mismo, por ejemplo, yo debatía con una tertuliana laboral que esta serie hubiera sido insoportable si en vez de morir seres humanos hubieran muerto perros... Nadie soportaría una versión cafre de Cruella de Vil cargándose a los 101 dálmatas con tiros en la nuca o despeñándolos por un barranco. Solo los muy sádicos, acostumbrados a matar, o soñadores del matar... Algún cazador que yo conozco. Los demás nos hubiéramos levantado del sofá con la primera sangre, y sin embargo, con nuestros hermanos de especie, con nuestros colegas de evolución, somos capaces de aguantar las sesiones aunque solo sea para luego criticarlas, escandalizados y tal. Que esto sea una deformación del espíritu o una tara de la biología sería cuestión de otro debate apasionante.  

Y luego están los análisis inteligentes, profundos, que yo no soy capaz de producir, pero sí leo con un punto de envidia cochina. Ayer, por ejemplo, un internauta escribía que a él no le cabreaban los ricachones -porque ya sabemos cómo son- ni le entretenían los pobretones -que en la serie son aburridos a rabiar. Él ponía el foco donde quizá la mayoría no hemos reparado, que es en los guardianes de la fortaleza. “La clase media” -escribía él- que se alía con el capital, o lo tolera, o no se atreve a derrocarlo, siempre que paguen bien y su furia se dirija contra los parias. Esa clase media -proseguía él- que fuera de la isla coreana vota a la derecha no porque simpatice con el IBEX 35, sino porque le dan más miedo los parados, los inmigrantes, los trabajadores mal afeitados. La chusma que podría quitarles el segundo coche y el apartamento en la playa, votando a los rojos. La clase media como cómplice de la situación. Amén.