El olvido que seremos

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Leo en internet que la segunda mitad de “El olvido que seremos” es mucho mejor que la primera. Pero vamos, muchísimo mejor. Nada que ver. Como la noche de Bogotá y el día de Medellín, mismamente. Como una película buena de Fernando Trueba y una película mala de Fernando Trueba, que a veces parecen dos tipos distintos, con el parche cambiado de ojo y todo.

Insisten, en las páginas de la cinefilia, que sólo hay que tener un poco de paciencia para atravesar el desierto insufrible de la primera hora. Para superar este rollo con diálogos de mazapán y músicas del cielo. Esta nostalgia con filtros donde no salen Óscar Ladoire ni Antonio Resines, ni nadie de la vieja troupe fernandiana que al menos nos haga sonreír con una boutade o con un chiste malicioso. Nada, ni las migajas de una comedia.

Todo esto lo leo cuando voy por el minuto 20 de la película y empiezo a temer que he sintonizado el “Cuéntame” de Medellín por una interferencia de las ondas, y que si no fuera porque Javier Cámara no suele estar en esos registros, va a tardar nada y menos en soltar un “Me cagüen la leche, Merche” o como sea que defequen los colombianos iracundos. El comienzo de “El olvido que seremos” es -sí, insisto- un rollo patatero, sensiblero, mainstream que te cagas. Un cursillo sobre el santo Job para aquellos que en realidad habíamos venido a otra cosa: a ver un episodio más de la lucha de clases, con este hombre, Héctor Abad Gómez, convertido en héroe y mártir de nuestra causa. La causa de la justicia social, de la inversión pública, de la recaudación de impuestos, de que se jodan los ricos aunque sólo sea de vez en cuando.

Las páginas que consulto dicen que todo eso llegará en la segunda hora, y que serán saciados de sobra los que mantengan la fe y alimenten el espíritu. Pero son las doce de la noche y el cansancio ya me pesa como hormigón sobre la cabeza. Me digo a mí mismo que veré el resto mañana, o sea hoy, pero sé que no es verdad.

Luego, en la cama, justo ya para coger el sueñito, leeré en internet la triste historia del doctor Abad. La puta que los parió... O el putero que los engendró... Ya no sabe uno ni cómo hablar.