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En La Fortuna sale mucho, casi la que más, una mujer
pelirroja que me lleva de su lado como un perrete incondicional. Reconozco que
babeo mucho en su presencia, y que me pongo retozón y algo pelmazo. Cuando ella
no está, me importan una mierda los galeones y las banderas, y languidezco; cuando
ella reaparece, todo recobra el sentido y yo regreso a la vida. Se parece mucho
al... amor, y puede que sea amor en realidad.
Lucia, mi dueña, no es una mujer demasiado guapa, pero sí es
sexy, deslenguada, procaz, moderna que te cagas. Me chifla. En la vida real, deslumbrado por los pibones, podría
pasarme desapercibida, y sería una pena, y un motivo de autocastigo, porque Lucía
es un fragor de la naturaleza, un animal salvaje, un peligro continuo y una
excitación permanente. Cada vez que Lucía habla en la serie reparte una hostia
-si es un enemigo- o una piropostia -si es uno de los suyos. Por su boca sale
lava de continuo, como en un volcán en erupción. Lava roja, claro, como su
ideología, o como su cabello de fuego, que promete piel blanca y pecas por
doquier, creando una expectación sexual que no se disuelve ni cuando su
personaje se declara más bien ajeno a los hombres. Es más: puede que ese
alejamiento acreciente mi deseo.
Hace poco, porque la realidad es así de caprichosa, leía en
una novela de Kiko Amat que... “las pelirrojas enfadadas son como tigres
desquiciados, son como ballestas mal ajustadas, como cañones poco engrasados.
Cualquiera puede recibir, la culpa ni se considera. Se trata tan solo de
cercanía y pólvora y presión. Física pura”. Pues eso: así es Lucía todo el
rato, una pelirroja enfadada, incluso cuando se enamora o se deja llevar por la
amistad. Igual que una mujer que yo conocí... Lucía es pelirroja, y punto, y en
eso viene a ser la heredera de Maureen O´Hara, que era la reina iracunda de
Innisfree, como Lucía es la reina chulesca de los mares. De los mares del sur,
concretamente, donde La Fortuna fue cañoneada para originar dos
conflictos diplomáticos: uno con la Pérfida Albión, que todavía escuece, y otro
con el gobierno de Estados Unidos, que es como si Andorra les declarara la
guerra en los tribunales.
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