Indiana Jones y los extras de la edición en Blu-ray

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Con los años me estoy dando cuenta de lo importantes que eran las voces. Y la música. Como soy medio sordo de un oído, y medio tonto del otro, me he pasado años vagando en las tinieblas de lo acústico, fiándome sólo de la vista -que además es miope- y del olfato -que trabaja con el tabique desviado. Un puto desastre de los sentidos. El gusto, según un amigo, también lo tengo perdido, porque me gustan mujeres que él rechazaría con absoluta indiferencia, y el tacto, que es el único sentido que me funciona, sólo me sirve para regular la temperatura de la ducha, y distinguir los mandos a distancia en la penumbra del sofá.

Antes de esta revelación auditiva -que me ha sido otorgada por los dioses al llegar casi a la cincuentena- había gente que me caía mal y yo no sabía por qué. Y resulta que era su voz, que me disgustaba, o que me traía recuerdos de alguna gentuza, de alguna payasa, de algún criminal... Y viceversa: había gente que me caía muy bien y yo no sabía la razón, quizá una cosa instintiva e inexplicable, hasta que he comprendido que eran ellos y ellas, que hablaban, y yo, que quedaba seducido por sus voces, atontado, o transportado en una alfombra mágica camino de Bagdad.

Sí, amigos, y amigas: eran las voces, con su timbre, y su cadencia, y su asociación secreta con las voces del pasado. Y también era la música, en las películas, la que hacía que una escena se te quedara grabada para siempre, cuando tú pensabas que era el guion, o el momento, o el talento de los actores, que también. Como hace John Williams en las películas de Indiana Jones, que a lo mejor sin su música ya no serían igual, pero que con la fanfarria o con el tema de amor se te quedan ahí, en la meninge, reverberando para siempre, para que las aventuras de Indy nunca conozcan la erosión ni la tela de las arañas.

Cuento todo esto porque he visto los extras que acompañan la edición en Blu-ray de los Cuatro Evangelios de Indiana Jones, y he descubierto que no me interesaban los gadgets, ni los muñecos, ni las tonterías del vestuario... Sólo John Williams, explicándose al piano.