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En las películas de Eric Rohmer no existe la lucha por la
subsistencia. Nunca se ve a nadie peleando por un trabajo, combatiendo en una
guerra, huyendo del cataclismo... Siempre son burgueses que están de
vacaciones, o que están a punto de cogerlas, mientras ahí fuera caen chuzos de
punta o se encarece la gasolina de los coches. A ellos les da lo mismo. Ellos viven
blindados en sus fincas del regocijo, y en sus áticos de París, y si unos
trabajan en empleos que jamás conocen la crisis, otros viven directamente de
las rentas o de la plusvalía robada a los obreros. En cualquier película que escojas
de la estantería, la máxima preocupación de estos personajes es conservar el
amor que ya tienen, o encontrar uno nuevo que les ilumine. O alternar un par de
ellos, para tener de quita y pon. Un amante de entresemana y otro para el
finde. El amor -dijo no sé quién- es esa comezón que a uno le entra en la
tumbona cuando todo lo demás ya está resuelto. Yo no pienso así, pero entiendo lo
que quiere decir.
Por lo demás, y ya centrados en la rodilla de Claire, tengo
que decir que yo soy más de orejas que de rodillas. Las rodillas son un amasijo
de ligamentos que la evolución improvisó para mantenernos erguidos y
sostenernos en la carrera. Una chapuza
de la biología que siempre ha tenido muy poco de erótica escultura. A mí, por
lo menos, no me ponen. Por muy romántico que se nos ponga Jerome en la película,
la rodilla de Claire sólo es un lugar de tránsito entre la suavidad de su muslo
y el dibujo de su pantorrilla. Tierra de nadie. Scalextric de autopista. A Jerome
lo que le gusta de verdad es lo que no se ve, lo que queda oculto bajo la falda
de Claire, pero no se atreve a decirlo porque así queda como un poeta más
elevado y experimental.
Yo -ya digo- soy mucho más de quedarme turbado con la
contemplación de una oreja. No lo digo de coña. Hay un erotismo muy poco valorado
en ese cartílago retozón. Si el asunto de la película es obsesionarse con una
zona erógena de las secundarias yo, desde luego, hubiera rodado la historia de
un burgués obsesionado con una oreja. Que para mí es un órgano primario y
fundamental.
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