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After Life. Temporada 2

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Ahora que Tony ya no quiere suicidarse – o al menos no todo el tiempo- en esta segunda temporada de “After Life” le tocará lidiar con eso que los psicólogos llaman el “duelo amoroso”. Tendrá que superarlo antes de que otra mujer pueda acceder a su cama sin que el recuerdo de Lisa suplante su rostro y posea su cuerpo como un demonio sonriente.

Mucho antes de que las parejas de swingers quedaran para follar, el abuelo Sigmund ya había dicho que la fiesta amorosa era un acto entre cuatro personas: dos amantes que jodían en cuerpo y dos examantes que rondaban en espíritu. Pero ahora mismo, en el caso de Tony, Lisa todavía no es un espectro intangible, de los que se quedan a mirar y se infiltran en el recuerdo, sino pura presencia física que no deja de hablar, de dar calor, de acariciar el cuerpo de Tony aprovechando la excusa de un soplo de viento.

Sobre el tiempo necesario para recuperarse de un amor perdido corren todo tipo de teorías por la red. Uno ya ha leído de todo en las consultas de los dentistas... Hay botarates, incluso, que se atreven a formular ecuaciones o aventurar algoritmos, multiplicando el tiempo que duró la relación por un factor corrector que te traduce a meses, o a años, el tiempo de masturbación compungida, o de revoloteo amoroso con el ánimo congelado. Puras sandeces que engrosan las tripas de las revistas... No hay fórmula que valga en estos trances: cada uno es como su madre le parió, y como el mundo le fue cincelando. Los hay que al día siguiente de la ruptura dicen “un clavo saca otro clavo” y se lanzan al mercado con el propósito firme de olvidar. Otros, en cambio, se hunden sin remedio y superan con creces los tiempos establecidos por los gurús, que ya son, de por sí, tiempos alarmantes que inducen al desánimo.

En el caso de una pérdida luctuosa el tiempo de recuperación se vuelve un océano de tiempo. Ya no hay números que valgan ni consejos que dar. Las revistas del corazón son para esto poco menos que papel higiénico. Para Tony, más allá del horizonte sin Lisa, sólo hay... otro horizonte. Un mar tristísimo e infinito. No hay números, sino símbolos algebraicos.





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After Life. Temporada 1

🌟🌟🌟


Sólo dos décimas de segundo nos separan de la barbarie. Es el tiempo que se tarda en ver a un imbécil y decidir que es mejor pasar de largo. En saludar al jefe con una sonrisa en lugar de aporrearle con la grapadora. En esas dos décimas es donde el hombre evolucionado se sobrepone al homínido con cachiporra. No hace falta contar diez como recomiendan los manuales de psicología: el instinto de sobrevivir ya hace las cuentas por nosotros y además lo hace mucho más deprisa. Hay demasiado en juego. Si nos dejáramos llevar por el primer temblor de las tripas, la civilización no hubiera pasado de la charca de Stanley Kubrick y ahora los conejos correrían libremente por el campo.

El tejido social necesita la mentira y el disimulo para no deshilacharse. No compensa decir lo que uno piensa salvo que uno vaya por la vida pensando en abandonarla, como le pasa al personaje de Ricky Gervais en “After Life”, que va diciendo exactamente lo que se sale del pito o de la meninge, indiferente a las consecuencias. Todos los días, al despertar, él intenta cortarse las venas o ahogarse en el mar porque sin su mujer -fallecida de cáncer- la vida ya no tiene sentido para él. Pero su perra Brandy, que parece que se lo huele, siempre viene a salvarle en el último momento con la excusa de que necesita comer o tiene que salir de paseo. Aunque le ladra con aires de recriminación, ella es su ángel de la guarda

    Sin su mujer, el personaje de Ricky Gervais camina por la vida con el corazón arrancado. La comparación con los zombis está muy manida, pero es muy oportuna en estas premuertes por amor. Recuerdo que la primera vez que vi “After Life” yo temía, más que amaba, a una mujer. Si ella hubiera fallecido de repente, yo no hubiera llegado a estas fronteras de la desesperación y el pasotismo. Aun dolorido, lo hubiera superado con el tiempo. Ahora, enamorado de verdad, me aterra la posibilidad de una pérdida irremediable. No sé en cuántos fragmentos se rompería mi corazón. Los de Ricky Gervais son miles y muy pequeñitos.






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