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Anatomía de una caída

🌟🌟🌟🌟

El personaje del que nadie habla en las críticas es el abogado defensor de Sandra, el tal Vincent Renzi. Y a mí me sorprende porque me parece el más ruin -y a la vez el más retorcido- de todo el plantel. Todo por un polvo. Los demás personajes, culpables o no de sus ruindades, son emotivos, sinceros a su modo, dignos de lástima o de comprensión. Ya sabemos cómo son las relaciones conyugales cuando entran en putrefacción: incluso los seres más civilizados sacan lo peor de sí mismos. Y aquí no hay malos absolutos: sólo gente herida, dañada, que desea escapar de la jaula y ya no sabe cómo.

Érase una vez un abogado Renzi a un pene pegado. Se le nota mucho en la mirada. Un aprovechategui de la situación. A Renzi le importa tres pimientos que Sandra sea culpable o no de asesinato: lo que él quiere es librarla de la cárcel para luego tirárselacomo un héroe. Le mueve el prestigio profesional, claro, pero mucho menos que lo otro. “Yo de joven estaba enamorado de ti”, le dice a Sandra en un momento de la pelicula, y se lo dice con la misma cara de panoli que hubo de tener en la adolescencia. Mientras se lo dice, fuera de plano, se adivina un estremecimiento bajo su entrepierna que es la rúbrica infalsificable de los enamorados con paciencia. Ella, por su parte, no parece darse por aludida. Parece pensar: “Tú sácame de ésta y luego ya veremos...”

¿Usted, querido lector, se acostaría con una mujer acusada de asesinar a su marido en tan extrañas circunstancias? Pues depende de sí está buena o no, me responderá con una lógica masculina implacable. Por otra parte, es lo mismo que respondió Michael Douglas en “Instinto básico” cuando le preguntaron por Sharon Stone. Y aunque Sandra Voyter es, para mi gusto, una mujer de rasgos demasiado teutones y quizá un poco abotargados, es obvio que tiene un morbo de mujer inteligente y vivaz, con mucha vida recorrida. Quizá demasiada... 

Al señor Renzi tampoco le importa que ella confiese en el juicio haber sido una mujer infiel que se acostaba con el primero -o incluso con la primera- que pasaba por allí. Él también parece pensar: “Primero nos acostamos y luego ya veremos...”.




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Un héroe singular


🌟🌟🌟

Pierre tiene 30 años, ojos azules, rostro agraciado, pero como vive a varios kilómetros de la civilización, en su granja de las vacas, busca el amor romántico por internet, en citas ocasionales que de momento no dan fruto porque él vive entregado al cuidado de su rebaño -día y noche, laboral y festivo, cuerpo y alma-, y las mujeres, aunque atraídas en un principio por su sencillez, sienten una primera incomodidad, extraña y agropecuaria, al comprender que las vacas ocupan praderas muy extensas de su corazón. Así las cosas, Pierre, de momento, no tiene hijos, pero sí terneros, tan queridos y necesitados,  a los que él mismo ayuda a alumbrar con la pericia exacta de quien sabe  aplicar la fuerza o la caricia en los momentos necesarios. Para Pierre, sus vacas no son un medio de ganarse la vida: son su vida misma, su primera preocupación al despertar, y su último pensamiento antes de ir dormir.



    Pero un día, al acariciar el lomo de una de ellas, su mano queda manchada de sangre, y en décimas de segundo -como quien comprende, con una lucidez devastadora, que su vida se está truncando al estar sufriendo un accidente de tráfico o estar viendo morir a un ser querido- Pierre asume que la vaca está condenada al sacrificio, y que esa enfermedad, conocida y temida por los granjeros de la frontera, ya estará seguramente extendida entre todas las demás. Si Pierre fuera un simple vaquero, un simple artesano de su oficio, daría inmediatamente la alarma a los servicios veterinarios, y pasado el mal trago del sacrificio y la indemnización, volvería a reunir un nuevo rebaño que cuidar. Pero Pierre no es un granjero al uso, sino un padre de sus animales, y ningún padre, salvo Abraham en la Biblia, o Guzmán el Bueno en Tarifa, ofrece así como así a sus hijos. De entrada, nadie le va a convencer de que es necesario, legal, beneficioso, sacrificar a sus retoños para recibir un dinero a cambio y comprar unos nuevos en la próxima Feria de Ganado. Un héroe singular es la historia de esta locura transitoria, que sólo lo es en apariencia, contada así, en cuatro brochazos.



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