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Better Call Saul. Temporada 6.

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Lo que me pasa con “Better Call Saul” no me pasa con ninguna otra serie del santoral cristiano: que me deslumbra, y me llena de gozo, pero muchas veces no entiendo lo que me cuenta. Supongo que ese es el milagro de la religión, tan parecido al milagro del amor. Y yo vivo enamorado de “Better Call Saul”. El misterio y la fascinación. Quizá si la entendiera del todo dejaría de interesarme y migraría a otras costas para pasar la primavera.

La precuela de “Breaking Bad” consigue que se pasen los minutos como palomitas de maíz. Pero me pierdo con más frecuencia de la debida, incluso teniendo en cuenta mi edad, y mis ánimos fluctuantes entre la placidez de quien dormita y la agitación de quien se preocupa. Muchas veces no sé qué motivos empujan a los personajes más allá de la trama básica de los abogados corruptos y los psicópatas mexicanos. Entre una temporada y otra pasa demasiado tiempo, y Vince Gilligan y Peter Gould tampoco se paran a explicar dos veces la misma cosa. En eso son como los maestros que yo tenía en los Maristas, que jamás repasaban una lección. “El que no siga el ritmo, que se joda, o que cambie de colegio”: ése era el lema pedagógico del beato -ahora ya santo- Marcelino Champagnat.

Gilligan y Gould valoran tanto la inteligencia de sus espectadores que a veces se pasan de listos y nos creen más capaces de lo que somos. O quizá, simplemente, es que yo ya no pertenezco a su grey. Que no estoy preparado para seguir series tan exigentes como esta, que requieren una atención de feligrés y una memoria de elefante. Pero da igual, ya digo: las cinco estrellas de cada temporada vienen pactadas en un contrato confidencial. Solo por esos prólogos de cada episodio y por esos ángulos imposibles de la cámara ya merecen la pena las sentadas en el sofá. Y Jimmy, claro... Y su chica...  ¿Que la parte contratante de la primera parte ahora es la parte subcontratante de la segunda parte? Qué más da. Después de todo, ya sabemos dónde termina todo esto: en el principio de incertidumbre de Heisenberg.





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Better Call Saul. Temporada 5.


🌟🌟🌟🌟🌟

Tengo un amigo del alma que tiene sus manías, como todo el mundo, cuando opina sobre series de televisión. Aparte de mi hijo, él es la única persona con la que puedo compartir impresiones sobre Better Call Saul, y el otro día, para contener mi verborrea entusiasta -que tiende a desbordarse y a no dejar hablar al interlocutor-, me recordó que a él le gusta mucho la serie, sí, pero sólo cuando no aparece su protagonista, el propio Saul, que es como si me dices que te gusta Kojac pero cuando no sale Kojac, o, sin salir de Nuevo México, que disfrutas mucho con Breaking Bad si no sale Walter White en pantalla, cocinando la metanfetamina, o cargándose a los narcos con la barba sin afeitar.



    Mi amigo es así, un poco tocapelotas, capaz de defender la paella sin arroz, o la casa sin tejado, pero yo entiendo lo que quiere decir. La transustanciación de Jimmy McGill en Saul Goodman es la espina dorsal de la serie. La caída en el lado oscuro de quien ya tenía el alma oscura, aunque el corazón lo siga teniendo limpio, y eso le siga provocando remordimientos en las tripas. Una metástasis de la hostia, que muchas veces le oprime el plexo solar…  Pero a su lado hay muchos personajes que también lidian con su Darth Vader interior, que se sienten tentados por los caminos más rápidos, más fáciles, más seductores de la Fuerza, pero no más fuertes, ni más éticos, como enseñaba el maestro Yoda en la Facultad de Derecho de Coruscant.

     Al lado de Jimmy vive una mujer maravillosa que le aguanta y le sostiene. Y no es fácil, tratándose del viejo Saul, que a veces hace trucos muy chistosos y otras veces saca conejos muertos de la chistera. Kim Wexler imaginaba ser una abogada íntegra, de exitosa carrera,  respetuosa con las normas. Una dama Jedi que sin embargo, al lado de Jimmy, está descubriendo que todos llevamos algo de sangre Sith en las venas.  Better Call Saul también es la historia de un ángel que poco a poco se va ensuciando las alas. Que empieza a descubrir que entre el cielo y el infierno hay muchas capas de atmósfera.



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