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Vamos Juan

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Lo primero que haría Juan Carrasco como ministro de Sanidad sería preguntar si esto del coronavirus no puede tratarse con un antibiótico, que mira que hay muchos, e incluso de amplio espectro, en los stocks de las farmacias, y que mientras llega la vacuna, pues bueno, vamos matando al bicho con amoxicilina, o con lo que sea, para no ir creando hábito o dependencia, que algo de eso ha leído en un suplemento dominical…. Juan Carrasco, además, se haría la pregunta en voz alta, con micrófonos delante, sin haber consultado primero con un asesor, o haberse documentado antes en internet, o en el Libro Gordo de Petete, porque Juan es así, impulsivo, echao p’alante, un hombre del pueblo que no teme hacerse las preguntas del pueblo.



    Juan Carrasco es un merluzo que podría desempeñar su cargo sin saber distinguir un virus de una bacteria, porque lo suyo no es el conocimiento, o la investigación, sino el trapicheo político que quita y otorga los cargos. Un populista sin formación, sin ideología, que tiene una carrera como la tenemos muchos otros, sepultada en el olvido, intrascendente para desarrollar el sentido común con el paso de los años. Y además, todo el mundo sabe que el verdadero trabajo ministerial lo hacen los subsecretarios, y los funcionarios de tropa, y que a un político como él, limitadito y campechano, le basta con seguirle el rollo al presidente, rodearse de asesores que le recojan justo antes de estrellarse, y, por encima de todo, lo primordial, darle muchos palos a la oposición, a poder ser irónicos y refinados, que eso siempre divierte mucho al votante infatigable.

    Por fortuna, Juan Carrasco es un político de ciencia-ficción, y todas sus trapisondas como ministro, o como aspirante a fundar un nuevo partido, se quedan dentro de la tele, en una tragicomedia que es de reírse mucho por las noches. Luego, al despertar, el dinosaurio del virus sigue ahí, y en la vida real comparece en rueda de prensa un ministro que al menos mide las palabras, es educado en las respuestas, y se ve que ha estudiado lo que le preparan sus asesores. El fantasma de Juan Carrasco se difumina por las mañanas con el primer café, pero no se va del todo, porque la membrana que separa a los políticos reales de los ficticios es muy permeable, y a veces se producen unas ósmosis terroríficas que dejan la televisión hecha un colador. Como cuando se infiltraron los fantasmas traviesos de Poltergeist



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