En la ciudad
Venga Juan
🌟🌟🌟🌟🌟
Tomando las cañas del viernes, el amigo me dice que no le
gusta la trilogía de Juan Carrasco porque lo ve todo inverosímil y astracanoso.
Que sí, que te ríes, y que Javier Cámara borda su papel, pero que él acaba
distanciándose porque ningún político puede ser así: tan estúpido, tan inculto,
tan metepatas. Mi amigo -que es un soñador y un pedazo de pan- está convencido
de que un auténtico berzotas como Carrasco no puede ser elevado sucesivamente a
la categoría de alcalde de Logroño, ministro de Agricultura y vicepresidente
del Gobierno, para luego encontrar acomodo en una empresa energética de esas
que nos roban a manos llenas. Bueno: esto último sí se lo cree. Lo otro no.
Mi amigo es de los que aún piensa que la política es para
hombres buenos o malvados, pero siempre competentes y decididos. Mi amigo no
termina de creerse que los estúpidos viven infiltrados en cualquier puesto de
la administración, o en cualquier puesto de venta de pollos. Que hay tantos
imbéciles dando órdenes como recibiéndolas; tantos anormales ganando elecciones
como anormales que les votan sonriendo.
Yo le digo que la trilogía de Juan Carrasco es una
comedia ejemplar precisamente porque no se aleja del retrato diario que aparece
en los periódicos. De lo que se lee, y de lo que se sobreentiende: esa risión
vergonzosa de gran parte de nuestra clase política. Y he dicho “gran parte”,
que conste, y no “toda”, como afirman los ultracentristas que luego votan a la
derecha, o los fascistas que tratan de socavar la legitimidad de la democracia.
El amigo y yo estamos enzarzados en una agria polémica -es un
decir - cuando llega un tercer amigo para contarnos la tragicómica aventura del
diputado del PP que hoy mismo, en votación telemática, por hallarse enfermo en
su domicilio, confundió el no con el sí, o el sí con el no, y avaló sin querer la
reforma laboral del gobierno social-comunista. Si su peripecia completa -el equívoco,
y las carreras, y las excusas, y su cara de panoli- no son puro Juan Carrasco, puro
“Venga Juan”, que baje el dios de las telecomedias y lo vea.
Vamos Juan
Lo primero que haría Juan Carrasco como ministro de Sanidad sería preguntar si esto del coronavirus no puede tratarse con un antibiótico, que mira que hay muchos, e incluso de amplio espectro, en los stocks de las farmacias, y que mientras llega la vacuna, pues bueno, vamos matando al bicho con amoxicilina, o con lo que sea, para no ir creando hábito o dependencia, que algo de eso ha leído en un suplemento dominical…. Juan Carrasco, además, se haría la pregunta en voz alta, con micrófonos delante, sin haber consultado primero con un asesor, o haberse documentado antes en internet, o en el Libro Gordo de Petete, porque Juan es así, impulsivo, echao p’alante, un hombre del pueblo que no teme hacerse las preguntas del pueblo.
Vota Juan
No me molesta que Vota Juan sea un refrito de Veep cocinado a la española. Bienvenido sea el homenaje ibérico, la traducción al vernáculo. ¿Por qué no? La genialidad de Armando Ianucci puede ser cultivada en cualquier clima donde crezcan políticos de medio pelo, asesores merluzos, estrategas gilipollas, periodistas paniguados y, por supuesto, votantes sin criterio. O lo que es lo mismo: casi en cualquier lugar del mundo.
Cosas que hacen que la vida valga la pena
En la alegría estúpida del viernes por la noche, elijo Cosas que hacen que la vida valga la pena, que es una comedia española de larguísimo título, y de escaso metraje, que encaja como un guante en este ánimo risueño y tontorrón. No espero gran cosa de la película: algo de lo que he leído por la red me dice que la decepción le ganará finalmente el pulso al regocijo, por mucho que trabajen en ella Eduard Fernández (ese monstruo) y Ana Belén (esa mujer). Y no me equivoco, lamentablemente. El sexto sentido de las películas anda bien afinado estos días. Cosas que tal y tal es una película fallida, tramposilla, sacada del libro de recetas para los espectadores menos exigentes. La música, intrusiva; las casualidades, rocambolescas; los chistes, muy malos; la teta, de una doble de cuerpo. Las transparencias que le ponen a Ana Belén cuando hace que conduce, indignas del siglo XXI. Y la diferencia de edad entre los dos tortolitos -trece años a favor de la fémina- insostenible en ese contexto que se nos propone, aunque Ana Belén sea una cincuentona de muy buen ver, y Eduard Fernández se curre el romance como un profesional de su oficio.
2 Las sandalias en verano / Las zapatillas en invierno
3 Menorca. Jugar al mus. Chavela Vargas / La montaña leonesa. Jugar al ajedrez. Serrat
4 Estrenar ropa. Las siestas en el sofá. Un masaje en los pies / La ropa de siempre. Las siestas en la cama. Un masaje en...
5 Meterse en la cama en invierno. Que tu perro te reciba cuando abras la puerta / Meterse en la cama, en cualquier estación. Y el perro, sí.
6 Los chistes de los niños. Hacer un rompecabezas. Compartir un paraguas / Los chistes muy cerdos. Ver más películas. Caminar bajo la lluvia, sin paraguas.
7 El silencio. El mar. El sol en invierno / El silencio.El Cantábrico. Las nubes en verano.
8 La música. Los amigos que aguantan el paso del tiempo. El café de la tarde / La música, claro.La soledad. El café a todas horas.
9 Los reyes magos. El olor de las sábanas limpias. Con faldas y a lo loco / El Grinch. El olor de las sábanas limpias. Primera plana.
10 El vino de Rioja y el jamón serrano. Los primeros novios de tus hijos. Los últimos novios de tus padres / La cocacola y el pincho de tortilla. Las novias nórdicas que yo sueño.
11 El chiste de Forges. La ducha después del gimnasio. Mojar pan / El chiste de El Roto. La ducha después del amor. El pan, a secas.
12 Las películas de amor / Las buenas películas.