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El libro de Boba Fett

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“Tú antes molabas, tío”, le dijo Samuel L. Jackson a Robert de Niro en “Jackie Brown”, antes de descerrajarle un tiro. Pero aquí, como somos contrarios a la violencia aunque nos gusten mucho las series de mamporros, no vamos a descerrajarle un tiro al pobre Boba Fett. Porque además Boba es un amiguete, un viejo conocido de la galaxia. Pero sí vamos a decirle que antes molaba, pero que ya no. Las cosas como son.

En la trilogía original, Boba Fett le robaba plano incluso a Darth Vader cuando compartían el fotograma. Boba era el mercenario que capturó a Han Solo justo cuando más falta nos hacía su bravura, a los rebeldes republicanos. El final de “El imperio contraataca” fue un funeral en la platea por culpa suya. Salimos del cine pensando que nos habían estafado. Creo que fue justo ahí cuando perdimos la inocencia infantil. Si una película de Hollywood podía acabar mal -¡si una película de Star Wars podía acabar mal!- es que la vida, ay, también podía torcerse en cualquier momento, y terminar en una horrible decepción. ¿Dónde estaba el triunfo del Bien y la derrota del Mal? ¿Dónde la sonrisa de Luke Skywalker y sus muchachos? Puto Boba Fett...

Y sin embargo, cuando salieron los muñequitos coleccionables, hubo hostias por conseguir primero el de Boba, que era el que más molaba, con su casco, su pose desafiante, su identidad no revelada. Boba era un secundario de lujo que decía “As you wish” en una línea de diálogo memorable y luego se caía de la barcaza de Jabba para ser pre-digerido por el Sarlacc. Pero conquistó nuestros corazones infantiles, y por eso, cuarenta años después, nos hemos vestido de gala para el estreno de su biopic: su resurrección entre las arenas, y su reconversión en mafioso de buen corazón. Boba Soprano de Tatooine...

Pero no: no mola. Desprovisto del casco, Boba ha perdido el carisma, el misterio, el mojo. Sus andanzas no nos interesan. Boba era en realidad un señor mayor, y algo gordo, y un poco lento de entendederas. Los responsables se han apiadado de nosotros a partir del episodio 5 y nos han devuelto al Mandaloriano y a Grogu. Y a Luke Sywalker... Esto ya es otra cosa. Ellos sí que molan. Cantidad.





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Abierto hasta el amanecer

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Hay erecciones que nunca se olvidan. Que quedan ahí como mojones en el camino. Como hitos en la biografía. No todas fueron en una cama y en compañía. Qué más quisiera uno, que erecciones enamoradas... Pero la vida es ansí, como decía el otro. 

    Hubo erecciones memorables que se erigieron -y se siguen erigiendo, afortunadamente- delante de una pantalla. Hicieron así, pop, como setas en el bosque, como palomitas en el microondas. Como mariposas que de pronto echan a volar... Hablo de las erecciones confesables, claro, de las que surgieron en una película convencional porque la escena era tórrida, o la chica muy guapa, o la insinuación muy seductora. Las erecciones de las que yo hablo son sorpresas inocentes, sin culminación, celebraciones efímeras de la fiesta del cine, y de la fiesta de la vida, aunque sea una fiesta pixelada, como ahora, o en 625 líneas, como eran entonces. Como aquel chiste de Mae West, quiero decir:“¿Tienes una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme”.

Y yo me he alegrado muchas veces delante de una pantalla, qué le vamos a hacer. Ya son innumerables, las películas, y demasiados, los años... En su día, por ejemplo, me alegré mucho de conocer a Salma Hayek en “Abierto hasta el amanecer”, y hoy, por los viejos tiempos, he vuelto a solazarme en la alegría del reencuentro. El engranaje está bien engrasado, que es lo importante.

También hay bares de la ficción que nunca se olvidan. Que también son mojones en el camino. Cuando empiece a perder la memoria se me irán los bares de por aquí, intercambiables, y tan poco frecuentados en realidad. Pero los bares de las películas, o de las series, resistirán hasta el final: me acordaré de sus nombres, de su decoración, de los personajes que en ellos vivían o se desvivían. Ese es mi territorio sentimental. Está el “Rick’s Café”, y el “Central Perk”, y el “Monk’s Café”, y el “Bada Bing”, y el bar de Cheers, que era el “Cheers”. El “Paddy’s Pub” de los colgados en Filadelfia. La cantina de Mos Eisly donde trapichean mis dos amigos galácticos. Y el bar de Moe, claro. Y “La Teta Enroscada”, por supuesto, en territorio mexicano, donde la bebida más fuerte se sorbe sin alcohol.




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Planet Terror

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Del mismo modo que casi no percibimos cómo crecen nuestros hijos porque los vemos día tras día, también nos cuesta reconocer los cambios sociales hasta que vemos una película de hace años, o recuperamos un viejo programa en la televisión, y comprendemos que en realidad, en términos evolutivos, las cosas están mejorando a una velocidad acelerada. No, por supuesto, en el terreno económico, ahora que ya no hay izquierdas ni derechas, sino empleadores y empleados, como toda la vida de Dios, pero sí en el terreno de los derechos y las tolerancias. De las igualdades que no pretenden tocarles ni un solo duro a los ricos, que son las únicas permitidas para un debate serio y fructífero.


    Abrimos los periódicos -viejuna expresión, porque ya nadie “abre” un periódico en realidad- y al leer las páginas de sociedad nos indignamos mucho con la discriminación que siguen sufriendo las mujeres, y los homosexuales, y los sudsaharianos que sobreviven como pueden... Nos parece que nadie hace nada, que nada se mueve, que existe un statu quo que los malvados que habitan en las sombras nunca van a romper. Pero no es cierto. O, al menos, no del todo. Aun queda mucho hijoputa suelto por ahí, es verdad, pero también hay gente que trabaja, que se moja, que va moviendo los pedruscos a pequeños empujones para que las carreteras se despejen. Manifestaciones y proclamas, colectivos y valientes.

    A lo mejor es una chorrada esto que voy a decir, pero hace diez años, sólo diez años, que es como quien dice anteayer para muchas cosas, ver a una mujer como Rose McGowan disparando a los malotes con su ametralladora incrustada en la pierna, todavía producía cierta... perplejidad. Como si de algún modo le hubiera “robado” el papel al maromo protagonista. Y eso que ya habíamos conocido a otras women with guns con mucha mala hostia y mucha destreza con el gatillo, desde la princesa Leia a la teniente Ripley pasando por Sarah Connor en Terminator 2. Pero ellas eran, ciertamente, habas contadas, rara avis, en el lejano año de 2007. 

En las películas de estos últimos diez años, además de salir muchas más mujeres haciendo de personajes influyentes -políticas de altos vuelos, o ejecutivas de grandes empresas- también hemos visto a muchas más pistoleras empuñando las armas mortíferas que buscaban la justicia y la venganza. Que está muy mal, si abogamos por la no violencia, pero que está muy bien, si hablamos de que ellas también saben defenderse a tiro limpio.





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