Los años bárbaros

🌟🌟🌟


Hace un mes afirmé en estos escritos que Marie-Josée Croze era la actriz más guapa que había visto jamás. Creo que hasta hice un juramento y todo... Sus escasos minutos en Múnich convalidaban la visión de diez ángeles enviados por el Cielo. Si hay que morirse para contemplar la idea de la Belleza, así, en abstracto, como predicaba Platón a sus conciudadanos, Marie-Josée es como un anticipo carnal del Más Allá. La sombra mejor perfilada en la caverna del filósofo...  

Pero hoy, porque soy así de veleidoso y de enamoradizo, he de romper mi juramento para rejurar sobre la re-Biblia, o sobre Los ensayos de Montaigne, que son mi libro de cabecera, que Allison Smith es la mujer que yo sin duda me pediría para pasar el resto de mi vida, si yo fuera el primero a la hora de elegir, claro, y ella, por supuesto, aquiesciera o aquiesciese con mis múltiples defectos.  Es como si sus padres me hubieran leído el pensamiento a la hora de forjarla. Y eso que yo, por entonces, aún no había nacido... Pero así son, recordémoslo, los milagros.

Allison, en la película de Fernando Colomo, es una mujer bárbara en tiempos bárbaros. Bárbara de belleza, y bárbara de intrepidez. La película transcurre en los primeros “años de la Paz”, cuando todavía se fusilaba a mansalva, o se encarcelaba por hacer una pintada en la universidad. Los tiempos que Santi y Rocío sueñan cada vez que dan su cabezadita de la siesta... Pero ojo, porque los tiempos bárbaros pueden volverse corpóreos en cualquier momento. De momento,  las pintadas ya no se hacen en los muros, sino en las letras de los raps, y te cuestan igualmente la cárcel o el exilio. Fusilar, en democracia, no se fusila, pero al que afirma que le gustaría fusilar a 26 millones de rojos para limpiar España (sic) se le respeta, se le mantiene la pensión y se le deja seguir rebuznando. Por si cuela...

Mientras tanto, en un campo de tiro, un defensor de la patria, con asiento en el Parlamento, practica tiro con un fusil del ejército. Le han dicho que no baje la guardia, que puede amanecer en cualquier momento.





Leer más...

Los Reagan

🌟🌟🌟🌟


Ronald Reagan era una mala persona. Vaya esto por delante. Simpático, sí, y telegénico, pero un actor de segunda, y un humano de tercera. ¿Estoy siendo muy duro? Quizá... Que se lo pregunten a las clases modestas de Estados Unidos, a ver qué opinan. Que les pregunten también a los negros, a los discapacitados, a los hambrientos... El milagro económico de Reagan -la reaganomics de los cojones- sólo se vio en lo alto de la pirámide, donde tomaba el sol la corte del faraón, y la casta de los sacerdotes. Más abajo, en la arena de los esclavos, nadie se enteró. Bueno, sí, se enteraron, pero para mal: la clase media descendió un par de peldaños, y la clase pobre, que ya vivía a ras de suelo, tirada en las casuchas, o directamente en las aceras, tuvo que excavar para hacerse un hueco en el subsuelo. Siempre se puede caer más bajo. Esa es la gran enseñanza que nos dejó Ronald Reagan.

Que les pregunten, también, a los campesinos de Nicaragua, o de Centroamérica en general, que fueron asesinados por defender un precio justo para sus productos. Que les pregunten, también, a los homosexuales, cuando empezó la movida del SIDA y Reagan dijo que la homosexualidad era la octava plaga de Egipto. Que les pregunten a todos esos, sí, y a muchos más.

Nancy Reagan, por supuesto, no se queda atrás en cuanto a sociopatía y a caradura. Los Reagan eran el tándem perfecto. Tal para cual. Si detrás de un gran hombre suele haber una gran mujer, detrás de un gran merluzo suele haber una gran pescadilla. Y viceversa, claro, que no se me enfade doña Irene, ni doña Ione, que jolín, hasta se parecen en el nombre. Mientras Reagan se presentaba en el Congreso con los recortes bajo el brazo, y con un cuchillo real para hacer la gansada de darle “un tajo al gasto público” -toma nota, querida IDA-, Nancy hacía una tournée por los centros sociales para quitarle importancia al tema de las ayudas, y decirle al drogadicto  que bastaba con decir que no, y al marginado que bastaba con esforzase, y al paralítico que bastaba con intentarlo...

El misterio sigue siendo por qué las monjas votan a Berlusconi, los parroquianos de Parla a la Ayuso, y los desahuciados del sueño americano al Partido Republicano. Yo digo que es un misterio, pero sólo darle un poco de dramatismo. En realidad lo tengo bastante claro.




Leer más...

El crack

🌟🌟🌟


Un amigo de cuyo nombre no quiero acordarme me recomendó ver El crack a pesar de que sabe, positivamente, porque yo no tengo secretos para él, que Garci es un apellido que tengo prohibido por el psiquiatra, porque me provoca ansiedad, y por el internista, porque me desata la gastritis. Pero el amigo insistía, e insistía, como poseído por un rapto, y además me decía que en la película salía Ponferrada, que es la capital de este subreino -por debajo del de León, que es el principal, y del de España, que es el inevitable.

- ¿Ponferrada?- le pregunté-. ¿Estás seguro? ¿En una película de Garci?

-  Que sí, hostia, que sí, que la he visto y sale, o la mencionan, ya no me acuerdo..

Esto fue hace meses, y no le hice ni puto caso, pero hoy, en la depresión estéril tras la derrota del Madrid, he encontrado el hueco y el humor. ¿Sale Ponferrada? Pues sí, la verdad, una vez, pero sólo verbalizada... Ningún equipo de filmación se presentó en El Bierzo para rodar aunque sólo fueran unos exteriores de pega. Al principio de la película, en el despacho del detective Areta, se presenta un señor que dice provenir de allí -o sea, de aquí- con el diario ABC bajo el brazo. Cuenta que está buscando a su hija desaparecida en Madrid, seducida a buen seguro por algún hippy de la movida, un drogota de esos que votan a los socialistas. Anuncia que se va a quedar unos días en la capital, arreglando unos negocios, y que espera noticias prontas de la hija pelandusca. Y hasta ahí, en esa sucinta línea de guion, llega la histórica aparición, el “guest starring”, de este villorrio del Noroeste. Ni un flashback explicativo, ni un recuerdo feliz de este pobre hombre en el parque del Plantío, compartiendo el solecito con su hija todavía no descarriada.

Nada se vuelve a saber en la película de estas verdes tierras, de esta comarca tan apartada como brumosa. Los espectadores de El crack nunca saldrán de Madrid, fotografiado hasta la extenuación en planos “homenajeados” de Manhattan. Es en este paisaje urbano donde el detective Areta tendrá que vérselas con los malosos de las finanzas. Con la chica de Ponferrada ya no me acuerdo ni qué sucedió...






Leer más...

La vergüenza

🌟🌟

Me he quedado solo, y avergonzado, frente a La vergüenza de Ingmar Bergman. Avergonzado de mí mismo. Avergonzado de esta cinefilia impostada, de salón casero, de provincia alejada. Una cinefilia que sólo parece un invento para tirarme el rollo: una estrategia reproductiva disfrazada de gafas de pasta, y de estanterías con DVD. Una gran mentira, y una pérdida de tiempo. 

A veces no sé qué cojones hago por las noches, desplomado en mi sofá, programando películas que en el fondo no me interesan, o que me interesan lo justito. Lo mío -con matices, con el oropel justo para disfrazarlo de cultura- siempre fueron las risas chorras, las hostias como panes, las actrices de buen ver... Las persecuciones y los gángstes de Nueva York. Y las comedias de Azcona y Berlanga, claro. Tramas simplonas que mi cerebro pre-informático, con muy poquitos gigas de memoria, pueda entender sin grandes complicaciones.

La vergüenza -que a mí me ha parecido un truño, una kafkianada tan grande como la catedral de Praga, o de Estocolmo- resulta, para mi asombro, para mi humillación intelectual, que es materia de aclamación en los círculos cinéfilos: ¡un análisis magistral sobre el hombre y su pesar, la mujer y su carga, la humanidad y el vacío existencial! El drama modélico de un Ingmar Bergman en plena forma que nos regala otra genialidad, otra  disección profunda del alma humana. Pero sólo a quien tiene ojos para apreciarlo, claro, y oídos para comprenderlo. E inteligencia, para asimilarlo. Pues bueno. Cojonudo.

Así que aquí yazgo, medio listo y medio tonto, en el sofá incómodo y recalentado ya con los primeros calores. De nuevo en pantalones cortos, como un niño pequeño que echa de menos las explosiones y las persecuciones. Harto de Bergman. Harto de no comprenderle. Harto de vagar por la isla de Farö sin entender ni jota. Harto de la política nacional, de la marcha del Madrid, de la lentitud de la justicia... De este cansancio físico y mental que ya entrado mayo perturba mis ánimos.



Leer más...

The French Connection

🌟🌟🌟🌟


Cuando yo era pequeño, en España sólo teníamos un actor internacional, que era Fernando Rey. Y era internacional, mayormente, porque había salido en “The French Connection”, haciendo de malo, aunque fuera de malo francés. Pero muy listo, el jodido, nada que ver con Pierre Nodoyuna, por ejemplo, que era un francés ficticio tan obstinado como metepatas. Y es que había que ser un tipo muy hábil, y muy canalla, para pasarte toda la película esquivando al loco de Popeye Doyle, el detective de narcóticos, poseído por el demonio Pazuzu tres años antes de que William Friedkin volviera a encontrárselo en Georgetown...

De los otros éxitos ultramarinos de Fernando Rey apenas nos llegaban noticias en provincias. Sólo sabíamos que trabajaba mucho con Buñuel, más allá de los Pirineos, que era donde empezaba lo verde, y que a veces, don Fernando, tan poco hispano en su apariencia señorial, más un señor de Praga que un Quijote de la Mancha, a veces era reclutado para aquello que se llamaban “coproducciones”, que eran como aquel chiste en el que va un español, un italiano y un francés y al final dirige la película un americano, y pone la pasta un tipo de Texas. En mi infancia católica y apostólica, aunque fuera tan poco romana, yo flipaba con Jesús de Nazaret, el evangelio de Zeffirelli donde nuestra estrella, nuestro Fernando más transatlántico, antes de que Fernando Martín llegara a la NBA, hacía, cómo no, de rey, de rey Gaspar, la cuota española en el conglomerado de aquel firmamento.

En los años setenta de mi niñez, con la excusa de la eficacia energética, y de que aún no conocíamos el yogurt desnatado, España sólo tenía una estrella en cada campo del saber o de las artes. O del deporte. El único actor, ya digo, era Fernando Rey, y el único tenista, Orantes, y el único sabio, Severo Ochoa, y el único motorista, Ángel Nieto, y el  único cantante que triunfaba en Estados Unidos, Julio Iglesias. En aquellos tiempos, puestos a tener uno sólo, sólo teníamos un rey, que era Juan Carlos, y no como ahora, que tenemos dos. Y con dos reinas, además...




Leer más...

La Rosa Púrpura de El Cairo

🌟🌟🌟🌟🌟


A falta de personas que se parezcan a mí en diez kilómetros a la redonda -para lo bueno y para la malo, sobre todo para lo malo- he encontrado en Cecilia, el personaje de La Rosa Púrpura de El Cairo, a uno de mis heterónimos más inquietantes. Un personaje tan parecido a mí, y a mi circunstancia, que ella, personaje sin apellidos, bien podría apellidarse en verdad Rodríguez, Cecilia Rodríguez, como una cantautora sudamericana, o una candidata de izquierdas al Parlamento. O, por qué no, apellidarme yo Farrow, Álvaro Farrow, como un vaquero del Far West, o un candidato de la extrema derecha al Parlamento. El mundo al revés...

Cecilia, como uno mismo, como otros muchos naufragados de la realidad, trabaja para sobrevivir, sobrelleva la soledad y aguanta a los pelmazos -y a las portavozas- como puede. Tacha los días en el calendario esperando simplemente que no lleguen las desgracias o las muertes. Vive en el desaliento cotidiano de quien ya no espera la llegada del meteorito salvador: una lotería, una herencia, una compañía, un impulso literario... El bombo de la vida se nos detuvo en seco, y expulsó un número feúcho y no premiado. Ni pedreas, ni pedreos, ni hostias en vinagre. Cecilia a veces siente una alegría sin fundamento, como de niña, o como de loca, pero se disipa en apenas unos segundos, nacida de la nada como una pompa de jabón, irisada y muy poco longeva.

Otros muchos matan sus penas en el alcohol, en el dominó, en la peluquería del barrio. Otros se zambullen en el trabajo, cazan mariposas, construyen barcos dentro de una botella... Cecilia y yo, en cambio, matamos nuestras penas con una película diaria, o con dos, si la pena es muy grande, y el tiempo libre se hace demasiado largo. Marginados del mundo real, probamos suerte en el mundo de las películas, a ver si allí corremos las aventuras románticas que la vida nos negó. Las neuronas espejo... Para ellas comemos y respiramos, y guardamos nuestras horas de sueño. Ellas son las joyas de la corona, en nuestros organismos desaprovechados. Gracias a su labor sináptica viajamos a países lejanos, corremos peligros, amanecemos en las playas, besamos en labios, salvamos al mundo, probamos la felicidad.  El cine es nuestra diversión, nuestra salvación, nuestra pétrea muralla que nunca se derrumba. 




Leer más...

Zelig

🌟🌟🌟🌟🌟


Leonard Zelig posee la extraña facultad de mimetizarse con el ambiente político que le rodea. Al lado de un votante de derechas, esgrimirá argumentos irrebatibles sobre la vagancia secular de los pobres, y sobre la necesidad inexcusable de que los ricos paguen menos impuestos. En cambio, en una manifestación de izquierdas, llevará el puño más alto y más cerrado que nadie, vociferando consignas contra el gran capital, y juramentos, contra esos mismos cerdos que desvían las plusvalías a Suiza, o las islas Caimán.

Leonard Zelig es una invención destronchada de Woody Allen, pero yo conozco mogollón de tipos como Zelig en los centros de trabajo, y en los foros de internet. Y en los bares, sobre todo en los bares, donde las opiniones ya no son como los culos -uno por persona, que decía Clint Eastwood-, sino que son más bien como los huevos, o como los alvéolos pulmonares, dos, o trescientas mil, en función de los presentes, o de la mujer que escucha atentamente. “Estos son mis principios, querida, pero si no te gustan tengo otros...”. Estos tipos que yo conozco, al igual que Leonard Zelig, no son unos oportunistas ni unos chaqueteros. Ni siquiera mala gente: simplemente creen en cosas volátiles, que duran lo mismo que un suspiro, ingrávidas y gentiles como pompas de jabón.

El Zelig de la película es un hombre asombroso que también es capaz de modificar su fisonomía para no desentonar con sus acompañantes. Al lado de un hombre negro su piel se oscurecerá, y al lado de un hombre obeso su tripa se inflará, y su papada se descolgará. Cosas así...  Apodado por tales hazañas bioquímicas el Camaleón, Zelig será objeto de estudio en las universidades más prestigiosas de Estados Unidos. Pero el desconcierto reina entre la clase médica de los años veinte, y sólo la psiquiatra Eudora Fletcher, enamorada en secreto de su paciente, dará pequeños en su curación a través de la hipnosis. Gracias al péndulo conseguirá hablar con el Leonard Zelig verdadero, que es un tipejo aburrido, sosaina, sin grandes cosas que decir. Un veleta de la vida. Alguien sin lecturas ni formaciones,. Un desclasado, un desinformado, un pasota en realidad.




Leer más...

La voz humana

🌟🌟🌟


Salvando la voz de Agustín Almodóvar, que en la ferretería del barrio dice parcamente: “Fifty euros”, y la voz del bombero que en la escena final pregunta: “¿Está usted bien, señora?”, sólo hay una voz humana en los treinta minutos que dura La voz humana. Es la voz de Tilda Swinton, claro, que aquí no se llama Tilda, sino simplemente “Woman”, así, en genérico, la Mujer, porque su monólogo de amante despechada es universal, arquetípico, y puede servir de advertencia a las novicias, y de recordatorio, a las graduadas.

¿He dicho monólogo? Pues no, mal expresado, porque el cogollo de la función es una conversación telefónica entre la mujer y el hombre, que son, ya digo, la Mujer y el Hombre. Lo que pasa es que sólo la escuchamos a ella, y ese detalle, que al principio nos predispone a su favor, porque hay que ser de piedra para no compadecerse de alguien que llora a moco tendido, luego, al final, nos deja pensativos sobre las razones del desencuentro. Tilda se nos muestra destrozada, barbitúrica, a punto de cometer cualquier barbaridad, humillada por un fulano que ya no piensa ni aparecer por casa para despedirse, metido ya en la cama de otra mujer más joven o más hermosa. O más rica, a saber, aunque eso parece difícil, porque el nido del ex amor es un loft de la hostia, con decoración exclusiva, y mucho arte posmoderno en las paredes.

Ya digo que uno, de entrada, está con Tilda Swinton y su desamparo, porque quién no ha estado así alguna vez, destrozado por dentro, sanguinolento en las entrañas, pensando que ha tirado años enteros a la basura, como tartas de boda que nunca se comieron. Años de mierda al lado de una persona que era el epicentro de la vida y ahora sólo es un retortijón en la barriga. Pero claro: sólo la escuchamos a ella, y a mí me da que esta mujer tampoco es el paradigma del equilibrio emocional... No sé, cosas mías.

Lo que sí está claro es que el fulano es un cabronazo que no ha recogido a su propio perrete, que es la única voz animal de la función. No ir a despedirse de su ex amante está mal, pero bueno, hay cosas peores. Pero no pasar a por tu perro... Quien abandona a un perro no merece ni una mierda de comprensión.



Leer más...