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El amor es un concepto escurridizo y polisémico. Hay tantas
formas de amar como amantes. Tantas formas de enamorarse que podríamos estar
aquí hasta las tantas, debatiéndolas. De hecho, yo estuve no hace mucho hasta
las tantas, debatiéndolas...
Yo digo que te amo, tú dices que me amas, y podemos estar diciendo
cosas completamente diferentes. E incluso antagónicas. Nadie miente, nadie
traiciona, pero la escualidez del idioma -porque si no decimos amor, ¿qué narices
decimos?- nos condena al malentendido. A veces pasa, y duele como un tiro, pero
no sirven de nada reprochar. Aquí cada uno ama como puede, o como le
parieron. It’s only business.
Dicho esto, hay arquetipos universales en los que podemos
reconocernos. Porque ya son muchas películas, y las novelas, y las vidas
cotidianas, y podemos afirmar con cierto atino al repensarnos: pues mira, yo amo
como ese, o me enamoro como aquella, y así nos adscribimos a una escuela del
sentimiento. Yo, por ejemplo, me enamoro como se enamoran los hombres en las
películas de Patrice Leconte: como Víctor de Yvonne, o como Antonine de su
peluquera. En un instante aciago. En cero coma, como dicen ahora los jovenzuelos. Levantas la vista del
teléfono o buscas asiento en el vagón y allí está ella, indudable y definitiva.
El compendio final de todas tus fantasías. El equilibrio exacto entre lo
exterior y lo interior, el cuerpo y el aura. Tú mismo, ya enamorado, te sientes
medio macaco y medio caballero, en el punto ideal del virtuosismo. El amor...
En este amor verdadero -porque hay otros igual de verdaderos-
no hay titubeos ni cálculos emocionales. No se sopesan los pros y los contras, los
riesgos y los beneficios. Si piensas estás muerto, y todo se esfuma como
aquella pompa de jabón. Los amores que retrata Patrice Leconte tienen algo de bofetada
y de maldición. El instinto -viene a decirnos- es una jodienda
maravillosa. O una maravilla que nos jode. El cerebro no pinta nada, y el
corazón, tan alabado, solo está para llevar sangre al frente de batalla. El
amor está en las tripas. Tan sabias, cuando te enamoras de la peluquera, o tan
necias, cuando te enamoras de Yvonne.
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