La chica del puente

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El amor, cuando hablamos de física de partículas, recibe el bonito nombre de “entrelazamiento cuántico”. Dos electrones enamorados forman parte de la misma función de onda, y nunca se desligan aunque vivan muy alejados en el Universo. Lo que le hagas a uno repercutirá automáticamente en el otro, porque no son dos partículas diferenciadas, sino una sola, aunque binaria, y por tanto comparten destino y rotaciones. Podríamos decir que las partículas entrelazadas son dos medias naranjas de dimensiones nanométricas, que no puedes exprimir por separado sin que la otra también llore o se desangre.

El entrelazamiento cuántico es un misterio tan insondable como el amor del mundo macroscópico: sabemos que existe, tenemos pruebas, pero nadie es capaz de explicarlo todavía. O sí, y no queremos aceptarlo.... El amor entrelazado es un fenómeno contraintuitivo que desafía la lógica y el sentido común. El mismo Albert Einstein, en sus conferencias, renegaba del entrelazamiento cuántico por considerarlo herético, contrario a la razón. Nada podía viajar más rápido que la luz: ni siquiera el amor, o las malas noticias. Un fotón era un fotón; y otro fotón, otro fotón. Para nada un único fotón, cuya nube de probabilidad tendría que expandirse desafiando a las ecuaciones. Un rollo, sí, pero yo me entiendo

En “La chica del puente”, Gabor y Adele se conocen a punto de suicidarse saltando del mismo puente, y al conocerse, y salvarse el uno al otro, crean un entrelazamiento sexual que también les convertirá en amantes inseparables. Una sola carne, como dicen en la Biblia, que a veces tiene metáforas muy bonitas y muy bien traídas.

Lo de Gabor y Adele es en verdad un encuentro milagroso, de una probabilidad infinitesimal, pues él sólo se excita lanzando cuchillos en el circo, y Adele, más rara todavía, sólo se excita recibiéndolos a escasos centímetros de su cuerpo, haciendo ¡clac! en la madera. El orgasmo femenino, por cierto, es otro misterio de la física cuántica que todavía no tiene una ecuación satisfactoria. Einstein no le dedicó ni dos líneas en sus escritos. Para qué...