Puñalada

 

Estoy reescribiendo el blog por entero. El jardín por entero. Estoy quemando rastrojos y podando los setos. Salvando las flores. El blog, aunque nadie lo lea, será mi legado; lo que quede de mí para la posteridad, preservado en una nube. Eso, y mis genes, cada vez más dispersos entre la progenie, que además intuyo improbable.

El blog es una gilipollez, pero es mi gilipollez, mi peripecia vital de los últimos diez años, a través de las películas. Una excusa como cualquier otra para desbarrar. El blog es el testimonio casi diario de mi cinefilia, de mi tontuna, de mi encierro monacal. De mis romances frustrados, de mi hijo criado, de mi decadencia cuarentona, a punto ya de estrenar la cincuentena. Yo era un tío muy sano cuando lo empecé, y dentro de nada voy a empezar con las colonoscopias. En eso nos vamos quedando...

Esta semana, en las correcciones, he llegado a los días en que ella me dejó... Tenía miedo de alcanzar esas reescrituras, ahora que estoy curado -más o menos- de su puñalada. Intuía textos secos, llorosos, desgarrados, que me la devolvieran a la memoria (bueno, en la memoria siempre está, pero desactivada, como una bomba ya sin espoleta). Pero temía que la carga se reactivara, y que me explotara entre las manos. 

Pero no: para mi sorpresa, los textos de aquella parada cardíaca, de aquella llorera sin final, son luminosos, cachondos, llenos de ironía. No me recordaba así en absoluto. Repaso los textos uno tras otro y resulta que yo no hacía más que ver series descacharrantes y comedias románticas. A mí me habían sacado las entrañas con la zarpa de un oso y sin embargo, en el sofá, enfrentado a la tele, yo era un fulano que hacía como que aquí no había pasado nada. Como que el castillo no se había derrumbado, y las tierras no se habían incendiado. Yo, entre los restos humeantes, expuesto a la intemperie, a punto de morir desangrado, había encontrado otra vez el refugio de la ficción. Un burbuja que me aislaba de la desolación. Entonces como siempre.