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Me gusta mucho “Vida perfecta”. Pero a lo mejor es que me
gusta mucho Leticia Dolera, la mujer. Me gusta a rabiar. La actriz no sé,
porque se prodiga poco, aunque aquí cumple con creces, y te crees a pies
juntillas todas sus sonrisas, y todas sus neurosis. Leticia tiene esos ojazos
que valen para todo: para llorar, para seducir, para clavarse en tu cara como
puñales. Para mirarlo todo como una niña recién salida al mundo... Joder, cómo
me gustan sus ojos.
Y luego está la otra Leticia, la guionista, que también su puntazo,
porque si algo tiene “Vida perfecta” es la frescura de sus diálogos, tan
alejados de la declamación, de la teatralidad. Otras series españolas naufragan
justo en eso: en que escuchas a los personajes y te entra la risa, o la
vergüenza ajena, como de Calderón de la Barca pero en el siglo XXI. Esas son
las series que le gustan justo a mi madre, pero a mí no. Leticia tiene oído,
tiene calle, tiene vida de bar y de cafetería. Oído de vida en pareja, de
amores ideales y amores abortados. Manuel Burque aparece con ella en los títulos
de crédito, pero a mí me da que esta musicalidad, estas réplicas, estos tacos
tan bien puestos, vienen del mundo interior de Leticia, porque se le ve en los
ojos, en sus ojazos, que es una mujer muy lista, muy aguda, al tanto de las
movidas que sacuden la vida moderna: el sexo y el trabajo, Tinder y la
maternidad, la jungla urbana y el desapego de la especie.
A mi amigo le gusta algo menos Leticia Dolera, aunque
reconoce sus méritos incuestionables. Nunca nos pondremos de acuerdo en estos
asuntos... A mí -insisto- Leticia me sulibeya mucho, tanto que ya estoy
pensando, ay, que esta escritura obsesiva debe de ser amor verdadero. Leticia me
gusta lo mismo arreglada que desarreglada, recién levantada que recién
acostada. No necesita ponerse guapa para ser guapa, y en eso creo yo que mi
corazón anda turulato.
La serie me gusta mucho, ya digo, casi tanto como Leticia,
pero tampoco se me escapa que su mensaje es que ningún hombre merece la pena
salvo que sea un discapacitado intelectual. No sé: a lo peor es verdad, y me
estaba cabreando a lo tonto.
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