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En realidad me importan una mierda las películas de James
Bond. Para mí, James Bond es Roger Moore a ritmo de Duran Duran, Roger Moore
contra Tiburón, Roger Moore ligándose a Octopussy y a otras damiselas de la escena internaiconal. (Octopussy, por cierto, aunque pudiera parecerlo por el nombre, no era
una mujer con ocho vaginas que devoraban a los hombres, sino una mujer muy
bella que solo tenía una vagina, como todas las demás, salvo la Virgen María, aunque
eso sí: ardiente y seductora como ninguna).
Para mí James Bond es el Cine Pasaje, la infancia, la
tontería de las pistolas de juguete. Yo veía sus películas en la pantalla
gigantesca del cine, rodeado de amigos, a los que invitaba porque aquello era
mi casa, mi feudo, como un millonario de las películas, pero solo de las
películas. Cuando se estrenaba “la de James Bond”, yo dejaba de ser el repelente
de los sobresalientes y el exaltado de los partidillos para ser Álvaro Rodríguez
de nuevo, my best friend de toda la vida, que por cierto, no sé si puede venir
también Fulano Pérez, el de 5ºA, qué tal te llevas con él... Fueron buenos
tiempos. Los mejores.
Se fue Roger Moore, llegó Timothy Dalton, y para mí se acabó
el mito del doble cero y de las tías en semibolas. Las películas de James Bond
han ido cayendo una detrás de otra, no lo voy a negar, pero siempre a
destiempo, a desgana, más como un homenaje a mi infancia que como una necesidad
de la cinefilia. Son todas iguales. Con Daniel Craig nos prometieron hombres
frágiles y amores verdaderos, pero James sigue siendo tan duro como una piedra,
y tan follarín como toda la vida. Una excitación, sí, pero un muermo para el
espectador.
Mientras vería “Spectre” no dejaba de pensar en una película
que no tiene nada que ver con James Bond. Es “El protegido”, la de Shyamalan,
porque en ella se explicaba que si uno se lleva todas las hostias y sobrevive, hay
alguien que se lleva todas las hostias y se fractura. Es el equilibrio
universal. Del mismo modo -pensaba yo-, para que alguien viva tantas aventuras como
James Bond y folle tanto como él, tiene que haber otro hombre que vea sus
películas los viernes por la noche, en el sofá, sin nada mejor que hacer.
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