The Newsroom. Episodio piloto
Jurassic World
El americano impasible
Mi pie izquierdo
El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas
Ruth y Matilda son dos niñas inteligentes y despiertas que llevan dentro la semilla de la inadaptación. Abandonadas por su padre, y reducidas a la economía de subsistencia, los años escolares tienen pinta de ser los mejores que vivirán antes de lanzarse a la vida. Los defensores de la influencia ambiental dirán que es el entorno empobrecido lo que influye fatalmente en su destino. Como si el trastorno de la madre o la ausencia del padre lloviera sobre sus cabezas, y las impregnara de un líquido negro y espeso. Los que hemos leído los libros prohibidos sabemos, sin embargo, que los seres humanos somos el resultado de los genes, y poco más. Que no hay más cera que la que arde, y que el destino viene escrito en el lenguaje del ADN. La felicidad o la desgracia, el talento o la ineptitud, la inteligencia o la tontuna, no son cosas que se puedan comprar o vender en el supermercado de la vida. Vienen de serie en nuestro organismo, y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.
Belle Époque
El paciente inglés
Si la cosa funciona
Better Call Saul. Temporada 1
El mercader de Venecia
Finales de agosto, principios de septiembre
Rompenieves
Monsieur Hire
La vida en tiempos de guerra
Show me a hero
Mad Men. Temporada 7
Todos al suelo
Todos al suelo -que siendo del año 82 no es una parodia del golpe de Tejero, sino una versión muy libre de Tarde de perros- es una película de Pajares y Esteso, y eso, dicho así, predispone a la risa y al cachondeo. El problema es que Pajares y Esteso están diluidos, enredados en un reparto con demasiadas vedettes que reclaman su chiste y su minuto de gloria.
Antonio Ozores, por ejemplo, ha pasado de secundario magistral en Los Bingueros, o en Yo hice a Roque III, a prima donna que siempre cuenta la misma gracia, y además tiene un asunto romántico con una prostituta de buen corazón. Lamentable, el intento lacrimógeno. O Juanito Navarro, que hace de abuelo salvafamilias al estilo de Paco Martínez Soria, y tiene un nietecico que sufre depresión porque sus padres van a divorciarse gracias a la ley implantada por los comunistas. O Paloma Hurtado, que grita y pone caras tontas, y siempre fue una comediante insoportable que jodía incluso el Un, dos, tres cuando salía junto a las hermanas.
Los mismos Pajares y Esteso están como idos, como espesos, perdidos en una trama tardofranquista que les impide desarrollar su humor imbatible de trazo grueso. Sin señoritas desnudas y sin sarasas que los persigan, ellos se ciñen al guión como actores profesionales, pero ya sin chispa ni salero. Dicen cabrón, y culo, y coño, y hacen chistes sobre el divorcio y el adulterio, cosas así, para que se note que estamos en el año 82, y que los socialistas ya están asomando la patita electoral. Pero Todos al suelo, aunque quiera disimularlo, tiene un tufillo, un aire, una cosa como de Cine de Barrio que les encanta a nuestros abuelos de derechas, de toda la vida. En Todos al suelo trabajan Andrés Pajares y Fernando Esteso, sí, pero no es una película de Pajares y Esteso.
Bienvenidos a la casa de muñecas
Timbuktú
Mad Max: Furia en la carretera
Bad Boys
Justi&Cia
True Detective. Temporada 2
Citizenfour
🌟🌟🌟
Calabria, mafia del sur
El marido de la peluquera
La vida de los hombres deslucidos es un largo desierto con
oasis sexuales muy distantes entre sí. Los hombres más impacientes curan su sed
en fuentes muy alejadas de la pureza, que al final son las que dan más sed, y
nunca terminan de romper el maleficio. Otros hombres, menos hormonados,
aguantan como pueden el reseco chaparrón, y se refugian en los sueños eróticos
de la gran pantalla, o en el voyerismo de la vecina del cuarto, inalcanzable y
guapísima en su espléndida madurez. O encuentran, una vez al mes, o cada dos,
según los presupuestos, a las peluqueras. A mí, por ejemplo, me pasa que en las
vacas flacas ellas son el único contacto sensual que ameniza la larga hambruna.
Las únicas mujeres que por exigencias del guion te acarician el cabello, te rozan
la nuca, colocan su pecho muy cerca de la piel requemada. Para nada un encuentro
sexual, ni un contacto cerdícola: solo el recuerdo de que una mujer, en la
cercanía, hace que el mundo parezca de otro color
Ignoro si
la vida sexual de Patrice Leconte sufría una travesía del desierto cuando rodó El
marido de la peluquera, su obra maestra incontestable. Pero si no fue él,
desde luego, fue un buen amigo quien le puso sobre la pista de esta sensualidad
atrapada en las peluquerías de caballeros, regentadas por mujeres que sin
pretenderlo se convierten en un bálsamo, en una invitación a cerrar los ojos y
dejarse llevar por el roce en la nuca, por el aliento en la oreja, por el pecho
en la espalda... El marido de la peluquera es un sueño erótico hecho
realidad: el que tuvo Antoine a los doce años, cuando supo, en una revelación
súbita, que sólo casado con una peluquera encontraría la paz de la vida
sencilla y la armonía sexual. Por qué vagar por el mundo incierto de las
mujeres y no acudir, directamente, al refugio de tanto rechazo y tanto
quebranto. Por qué volar de flor en
flor, de espina en espina, y no pedirle matrimonio a Mathilde, para que nos
deje vivir allí, en el propio establecimiento, sin más mundo que su visión, sin
más experiencia que sus manos, sin más amistades que los clientes que llegan y
rápidamente se van.