Electric Dreams: Human Is

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En el futuro imaginado por Philip K. Dick en “Human Is”, la humanidad ha cambiado tanto gracias a las presiones evolutivas, que ahora son las mujeres las que piensan a todas horas en el sexo, mientras que los hombres, cuando llega el momento propicio, suelen decir que no, que les duele la cabeza, que no están de humor, que su amante o su esposa no se merecen el polvo por la discusión tonta que tuvieron al mediodía.

    Eso es lo que le sucede al personaje de Bryan Cranston, que no está a lo que está, que descuida su matrimonio, que está más pendiente de luchar contra la raza de los rexorianos que de tener satisfecha sexualmente a su mujer. Ella, suponemos, lleva muchos años padeciendo esta frialdad marital, y cuando empieza el episodio la descubrimos buscando sexo en una catacumba muy turbia, pero muy tecnológica, con hombres y mujeres igual de atractivos que ella, que la verdad es que lo rompe, la muy guapa. No estaba yo muy atento en esa escena por culpa de un accidente doméstico, pero seguramente tuvo que decir “Fidelio” en la puerta de entrada para acceder a la orgía, como Tom Cruise en aquella noche tan loca de su deseo.

    Cuando Bryan Cranston regresa de una misión guerrera convertido en amante solícito y eficaz, siempre dispuesto a satisfacerla con erecciones poderosas, y manos de prestidigitador, Vera, su mujer, empezará a sospechar que ahí hay gato encerrado. O rexoriano encerrado, mejor dicho, porque esos alienígenas tienen la mala costumbre de introducirse en los seres humanos, asesinar su voluntad y utilizar su cuerpo suplantado para ir sobreviviendo de planeta en planeta, errantes y amorfos. El día que Vera disfruta de un orgasmo como hacía años que no disfrutaba, de grito pelado, y manos asiéndose a las sábanas, comprenderá que su marido, el gélido, el frío, el que decía que el sexo “no era lo más importante en una relación”, se ha quedado frito en el planeta de las batallas, y que este rexoriano que lo sustituye, aunque sea un enemigo del Estado, y de la Raza Humana, bien merece el perjurio ante un tribunal, con tal de tenerlo todas las noches metido entre las sábanas.