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Cuando a los del círculo cinéfilo les recomiendo que vean Baron
Noir -así como recomiendo yo las cosas, alternando los tacos con los
epítetos en un brote de emoción-, todos me preguntan si la serie va sobre
aviadores de la I Guerra Mundial, y yo tengo que aclararles que no, que ése es
el Barón Rojo, no el Barón Negro, y que el Barón Negro es un político francés, contemporáneo,
llamado Philippe Rickwaert, que gasta un entrecejo de muy mala hostia y es el
hacedor en la sombra del Partido Socialista, siempre enfrentado a los fascistas
del Frente Nacional, y a los extremistas del Partido Comunista, y a los
traidores que afilan las garras dentro de su propio partido.
Porque la verdad es que Philippe Rickwaert nunca descansa, y
hay veces que uno termina los episodios tan exhausto como él, todo el día de la
Ceca a la Meca, de Dunkerque a París, deshaciendo entuertos, cogiendo solapas,
ideando estrategias, urdiendo abrazos... Luego, claro, apenas le queda tiempo que
dedicar a su hija, que se lo reprocha con muy malos gestos, y casi nada para sus
amores con las bellas señoritas del partido, que nunca llegan a fructificar porque al principio
todas caen encandiladas por su personalidad arrolladora, y por su humor con mucha
retranca, hasta que descubren que están en el segundo plano de sus inquietudes,
o en el tercero, según como vaya la movida política, y eso, al
final, no hay amor verdadero ni medio serio que pueda soportarlo.
Los miembros del círculo cinéfilo siempre me responden que bueno,
que vale, que toman nota del asunto, pero yo noto que lo hacen por compromiso, por
quitarme de encima con una sonrisa educada, y porque además una serie francesa, así de
entrada, no les engancha, no les suena bien, y ya todo el mundo está un poco
hasta el gorro de las politiquerías españolas, y de las politiquerías americanas,
como para adentrarse, encima, en los entresijos de los franceses, tan vecinos
pero tan ajenos. Estoy solo, muy solo, en esta admiración mía por el Barón Negro,
por Philippe Rickwaert, que ya es un santo principal en mi iglesia izquierdista
y republicana. Sólo un amigo comparte conmigo las tramas y las derivas. A él,
además, también le gusta mucho la señora Presidenta, Amélie
Dorendeu, pero esta vez ya sólo en lo sexual, ay, porque en la segunda temporada nos ha
salido rana de derechas, la muy jodía...
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