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Me encuentro incómodo cuando veo una película fuera de mi
cueva. Entre que el culo no encuentra su acomodo, que los ruidos son
diferentes, que la tele no tiene las mismas dimensiones, me entra como una
pequeña desazón hasta que la trama me atrapa o me da por bostezar, y ya noto la
relajación en los músculos de la espalda. Son manías que ya no conocerán el
remedio de la edad...
Pero es raro, esta vez, porque la cueva donde he visto Los
santos inocentes es la cueva de mi madre, que también fue la mía siendo yo un
osezno, y luego lo otro, lo que viene antes de ser un oso completo, con los
pelos y las uñacas. Hemos visto Los santos inocentes porque es una
película que nos gusta mucho a los dos, y da para comentar cosas, y soltar
exclamaciones, y soltar cuatro hijos de puta a algunos personajes que se lo tienen
muy bien merecido. En mi casa siempre se creyó mucho en la lucha de clases, porque
las clases existen, vaya que si existen, y Los santos inocentes es como
la división de clases elevada al cuadrado, o al cubo. En su trama no sólo hay
ricos y pobres, limpios y sucios, sino seres
humanos que casi parecen especies distintas, la una altanera y holgazana, la
otra afanosa y arrastrada por los suelos.
Al terminar la película, cuando ya encendíamos las luces del
salón, mi madre ha exclamado lo que exclama casi siempre con estas cosas: “¡Qué
poco hemos cambiado!”, y yo le he dicho que hombre, mujer, no jodas, que estas
humillaciones ya no se ven ni en las dehesas de Extremadura. Porque analfabetos
ya casi no quedan, y a los Azarías de la vida ya los envían a colegios como el
mío. Lo que sí es cierto -le dije a mi madre- es que la estirpe del señorito Iván
no se ha extinguido, ni va a extinguirse en los próximas centurias, me temo. Los
de su ralea siguen por ahí, con la misma chulería, con la misma hijaputez, solo
que ahora disimulan mejor. Ahora, los findes, se les ve mucho por la tele,
porque se manifiestan en Núñez de Balboa
cuando el gobierno social-comunista no les deja ir a sus fincas a pegar
perdigonazos, y a matar a las milanas.
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