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Amador, la última película de Fernando León de Aranoa, quiere ser el retrato
tragicómico de una pareja de peruanos que viven al borde de la desesperación,
en los arrabales de Madrid. Él, Nelson, lleva un negocio ilegal de reparto de
flores, y ella, Marcela, cuida a un anciano cascarrabias llamado Amador que da
nombre a la película.
El tal Amador, aunque su hija opine
lo contrario, y jamás se pase por la casa a visitarlo, está en las últimas fechas.
Ya no sale de la cama si no es para mear o para tomar un baño. Allí tumbado
noche y día, sin afeitarse y sin quitarse el pijama, Amador escucha la radio,
ve la televisión, recibe a las visitas, completa sus puzzles... Cuando Marcela le
reconviene, el anciano le suelta un par de sabidurías aprendidas en los bares
para salir del paso. Da un poco de vergüenza que el otrora genial guionista,
don Fernando, caiga en estas simplicidades de colegial. "La vida es como un
puzzle en el que hay que ir colocando las piezas", y cosas así, en las líneas de diálogo. De primero de
filosofía para parvularios; de culebrón jamaicano para marujas. De película
del Oeste de bajo presupuesto donde la vida siempre está en el fondo de un vaso
de whisky.
Es
ahí, en las parábolas de la I Carta de Amador a los Corintios,
cuando la película, a pesar de sus buenas intenciones, se cae sin remedio.
Luego suceden cosas que no se pueden desvelar aquí, muy gordas y muy
traumáticas, y uno, sin saber muy bien cómo, se encuentra repasando los
conocimientos que aprendió en la tele sobre la velocidad de descomposición de
un cadáver. Y aquí, en Amador, las cuentas no salen. Y mucho menos
en Madrid, en plena canícula, en el extrarradio polvoriento. De Amador hemos
pasado a un CSI Fuenlabrada en el que Grissom y compañía se
enfrentan al extraño caso del cadáver que aguantó semanas y semanas sin
pudrirse, emitiendo todo lo más un tufillo que unos ramos de rosas se
encargaron de disimular. El brazo incorrupto de Santa Teresa, de nuevo. Un
milagro de la España Católica que lucha contra el laicismo voraz de
Podemos. Una chapuza de guión que te corta el rollo solidario con estos
peruanos exiliados. Qué nos importa ya, el devenir socioeconómico de estas
pobres gentes, si vivimos pendientes de este nuevo desafío para la ciencia, de
esta nueva intromisión –quizá de lo divino- en nuestras vidas de
pecadores.