Hoy quiero confesar -como cantaba Isabel Pantoja antes de coleccionar bolsas de basura- que alguna vez, desesperado por la ausencia de lectores, por la inoperancia de mi escritura, he pensado fingir mi propia muerte para que este blog -con la tontería del artista fallecido- coja vuelo y remonte sus estadísticas. Fabricarme una esquela falsa y elevarme al estatus de leyenda literaria. Como hizo en su día Francisco Paesa, el agente secreto. O como hace el pintor Nervi en Mi obra maestra, que tras anunciarse como muerto en las necrológicas de Buenos Aires, se exilia a las montañas del Jujuy -allá donde Jesús perdió el mechero en sus predicaciones- para añadir varios ceros al precio de sus cuadros.
Mi obra maestra
Hoy quiero confesar -como cantaba Isabel Pantoja antes de coleccionar bolsas de basura- que alguna vez, desesperado por la ausencia de lectores, por la inoperancia de mi escritura, he pensado fingir mi propia muerte para que este blog -con la tontería del artista fallecido- coja vuelo y remonte sus estadísticas. Fabricarme una esquela falsa y elevarme al estatus de leyenda literaria. Como hizo en su día Francisco Paesa, el agente secreto. O como hace el pintor Nervi en Mi obra maestra, que tras anunciarse como muerto en las necrológicas de Buenos Aires, se exilia a las montañas del Jujuy -allá donde Jesús perdió el mechero en sus predicaciones- para añadir varios ceros al precio de sus cuadros.
Anatomía de un dandy
🌟🌟🌟🌟
Cuando yo era pequeño, Umbral era un señor extravagante que
salía mucho por la tele. No le llevaban para subir las audiencias -porque
entonces no había audiencias que medir- sino para que el presentador o la
presentadora se tronchara de risa con aquel fulano que comparecía con las
gaforras, la bufanda, la melena canosa, diciendo paridas a veces muy bien traídas
y a veces boutades que sólo buscaban la provocación. “Lo hago para hacer más
grande mi nombre, y vender más libros, y más periódicos”, hubiera dicho él...
Aquella escalada de apariciones culminó en el celebérrimo “yo
he venido a hablar de mi libro”, que todos creímos un número circense y en
realidad era un cabreo muy sentido, muy meditado, ante la cínica mirada de
Mercedes Milá. Yo tenía 22 años y quedé marcado por aquella frase. Umbral la soltó
sin afán de trascendencia, regurgitada desde la entraña, pero a mí me pareció
el resumen básico de la vida, y de los seres humanos: todos hemos venido a hablar
de nuestro libro, de nuestro rollo, de nuestro miedo, y en realidad nadie
escucha a nadie. Sólo fingimos que escuchamos para que luego nos dejen hablar. Creo
que hasta se imprimieron camisetas con aquello. Y si no, se debería.
Empezó a interesarme el escritor que había más allá del personaje. Leí algunos libros: unos me gustaron, otros me aburrieron, algunos me hicieron reír. Un día cayó en mis manos “Mortal y rosa” -creo que en aquella colección de clásicos de “El Mundo”, antes de que se convirtiera en “El Inmundo”- y me quedé de piedra. Algunas cosas no se entendían, porque Umbral, cuando tiraba de perifollo, se quedaba sólo, el tío. Luego supe que escribió el libro medio empastillado, medio muerto, traspasado por el dolor intolerable... Pero otras cosas de “Mortal y rosa” eran deslumbrantes, apabullantes, y te dejaban hundido en el sofá. Era un libro que necesitaba a todas luces una relectura. Lo aparqué por un tiempo, y en el ínterin, Umbral, que hasta entonces presumía de ser un socialista infiltrado, empezó a coquetear con la derechona que tanto había criticado. Volvió a parecerme un farsante de tomo y lomo y le negué.
Ahora le estoy recuperando poco a poco. Escribió grandes cosas y grandes rellenos. Estoy desbrozándolo... Sea como sea, el personaje es fascinante. La persona -como todos-, permanecerá en el misterio.
Loco por ella
🌟🌟🌟
Del mismo modo que Orfeo bajó a los infiernos para rescatar a
Eurídice de entre los muertos, Adri, el enamorado de la película, bajó al
manicomio para rescatar a Carla de entre los locos. Los mitos griegos se reciclan
una y otra vez en nuestra cultura. Incluso en las propuestas de Netflix, tan
modernas y tan molonas. Esto sucede porque en realidad las historias de amor se
reducen a tres o cuatro arquetipos. O a solo dos, como sostenía Marcel Pagnol: un hombre encuentra a una mujer; si follan, es
una comedia, y si no, es una tragedia.
Si nos atenemos a
las palabras de Marcel Pagnol, Loco por ella es una comedia porque
Adrián y Carla follan, y además lo hacen a lo grande, tan jóvenes y estupendos.
Pero el asunto no es tan sencillo como parece, y aquí don Marcel, al menos,
tendría que reconocer el asomo de una duda. Carla es una chica guapísima, intrépida,
vital... El sueño de cualquier picaflor que desea encontrar el tulipán
definitivo. El problema es que Carla vive internada en un sanatorio mental,
diagnosticada de trastorno bipolar, y lo mismo te arrastra a la fiesta, y te
echa el polvo del siglo, y te deja hipnotizado con su mirada de gata
inteligentísima, que al día siguiente, secuestrada por su mal, prefiere no
saber nada de ti, y te fulmina con la misma mirada, con el humor vuelto del revés,
y el alma enturbiada, y la depresión acuchillando tras sus pupilas...
Aun así, Adri, tras
visitar el lado oscuro de la luna, decide que la relación le compensa. Que lo bueno
de Carla vale muchísimo más que lo malo de Carla. Que en ella hay más luz que
sombra, y más oro que mierda. Algunos
espectadores llaman a este cálculo amor, y echan la lágrima viva en la última escena. Yo también, ojo, porque la historia me roza, y me desempolva
memorias muy lacerantes. Pero es mi yo romanticón y tonto del culo el que
llora. El otro, el racional, el que una vez también bajo a los infiernos en una
operación de rescate, sabe a ciencia cierta que Adrián se ha equivocado con las
matemáticas. Que ahora está poseído, excitado -enamorado, vale-, y se cree
capaz de sortear las tormentas cuando lleguen. No sabe lo que le espera...
Los profesionales
🌟🌟🌟
Tipos así, como estos que comanda Lee Marvin en la película, son los que
echaba de menos el añorado Pazos en Airbag. Unos mercenarios
profesionales, muy profesionales, como la copa de un pino, o como la copa de un
cactus, ya que todo transcurre en las tierras del desierto. Pazos, el mafioso,
estaba hasta el gorro de la chapuza nacional, de la incompetencia de lo celtibérico.
Él vivía en una realidad delictiva como de Mortadelo y Filemón, con gente impuntual,
y cacharros que no funcionaban, mientras en la tele del prostíbulo, donde él entretenía
las horas muertas, se sucedían las películas de americanos que se ponían a una
tarea y la clavaban, reflexivos y aguerridos, y siempre bien armados con la submachine
gun imprescindible. Y siempre guapos, por supuesto, porque en ellos bulle
la sangre de los anglos, y los sajones, que les da ojos azules para seducir, y estaturas
altísimas para imponerse, y canas lustrosas para hacerse respetar por el
enemigo. Ni punto de comparación, Carmiña...
Los profesionales de Los profesionales no tienen submachine
gun porque vivieron a principios del siglo XX, y por entonces las ametralladoras
eran estáticas, pesadísimas, y sólo pertenecían a los ejércitos regulares. El
mexicano, sin ir más lejos. Pero para cumplir su misión del Equipo A -los parecidos
son inquietantes: el líder es canoso y en el grupo hay un pirado y un negro-
los profesionales de Richard Brooks se apañan a las mil maravillas con una
escopeta, un par de revólveres y un arco mangado a los indios arapajoes. Y muchos
cartuchos de dinamita, claro, que son la pirotecnia de la función: la
cencerrada en el poblacho, y la escapatoria en el desfiladero. Lo que hubiera cobrado
un barrenero como Burt Lancaster en las minas de mi pueblo, cuando había minas.
(Estoy por jurar que yo vi Los profesionales de niño,
en pantalla grande, en un reestreno para la pantalla grande del cine Pasaje. Lo
del tren y los mexicanos ha reverberado en mi memoria. La belleza de Claudia Cardinale
no tanto: hablo de un tiempo infantil, pre-hormonal, en el que las mujeres
hasta molestaban en la trama, porque cuando ellas salían no había tiros, sino arrumacos.)
Los años bárbaros
🌟🌟🌟
Hace un mes afirmé en estos escritos que Marie-Josée Croze
era la actriz más guapa que había visto jamás. Creo que hasta hice un juramento
y todo... Sus escasos minutos en Múnich convalidaban la visión de diez
ángeles enviados por el Cielo. Si hay que morirse para contemplar la idea de la
Belleza, así, en abstracto, como predicaba Platón a sus conciudadanos, Marie-Josée
es como un anticipo carnal del Más Allá. La sombra mejor perfilada en la caverna
del filósofo...
Pero hoy, porque soy así de veleidoso y de enamoradizo, he de
romper mi juramento para rejurar sobre la re-Biblia, o sobre Los ensayos
de Montaigne, que son mi libro de cabecera, que Allison Smith es la mujer que yo
sin duda me pediría para pasar el resto de mi vida, si yo fuera el primero a la
hora de elegir, claro, y ella, por supuesto, aquiesciera o aquiesciese con mis
múltiples defectos. Es como si sus
padres me hubieran leído el pensamiento a la hora de forjarla. Y eso que yo,
por entonces, aún no había nacido... Pero así son, recordémoslo, los milagros.
Allison, en la película de Fernando Colomo, es una mujer
bárbara en tiempos bárbaros. Bárbara de belleza, y bárbara de intrepidez. La
película transcurre en los primeros “años de la Paz”, cuando todavía se
fusilaba a mansalva, o se encarcelaba por hacer una pintada en la universidad. Los
tiempos que Santi y Rocío sueñan cada vez que dan su cabezadita de la siesta...
Pero ojo, porque los tiempos bárbaros pueden volverse corpóreos en cualquier
momento. De momento, las pintadas ya no
se hacen en los muros, sino en las letras de los raps, y te cuestan igualmente
la cárcel o el exilio. Fusilar, en democracia, no se fusila, pero al que afirma
que le gustaría fusilar a 26 millones de rojos para limpiar España (sic) se le
respeta, se le mantiene la pensión y se le deja seguir rebuznando. Por si
cuela...
Mientras tanto, en un campo de tiro, un defensor de la patria,
con asiento en el Parlamento, practica tiro con un fusil del ejército. Le han
dicho que no baje la guardia, que puede amanecer en cualquier momento.
Los Reagan
🌟🌟🌟🌟
Ronald Reagan era una mala persona. Vaya esto por delante.
Simpático, sí, y telegénico, pero un actor de segunda, y un humano de tercera.
¿Estoy siendo muy duro? Quizá... Que se lo pregunten a las clases modestas de
Estados Unidos, a ver qué opinan. Que les pregunten también a los negros, a los
discapacitados, a los hambrientos... El milagro económico de Reagan -la
reaganomics de los cojones- sólo se vio en lo alto de la pirámide, donde tomaba
el sol la corte del faraón, y la casta de los sacerdotes. Más abajo, en la arena de
los esclavos, nadie se enteró. Bueno, sí, se enteraron, pero para mal: la clase
media descendió un par de peldaños, y la clase pobre, que ya vivía a ras de
suelo, tirada en las casuchas, o directamente en las aceras, tuvo que excavar
para hacerse un hueco en el subsuelo. Siempre se puede caer más bajo. Esa es la
gran enseñanza que nos dejó Ronald Reagan.
Que les pregunten, también, a los campesinos de Nicaragua, o
de Centroamérica en general, que fueron asesinados por defender un precio justo
para sus productos. Que les pregunten, también, a los homosexuales, cuando empezó
la movida del SIDA y Reagan dijo que la homosexualidad era la octava plaga de
Egipto. Que les pregunten a todos esos, sí, y a muchos más.
Nancy Reagan, por supuesto, no se queda atrás en cuanto a
sociopatía y a caradura. Los Reagan eran el tándem perfecto. Tal para cual. Si
detrás de un gran hombre suele haber una gran mujer, detrás de un gran merluzo suele
haber una gran pescadilla. Y viceversa, claro, que no se me enfade doña Irene,
ni doña Ione, que jolín, hasta se parecen en el nombre. Mientras Reagan se
presentaba en el Congreso con los recortes bajo el brazo, y con un cuchillo
real para hacer la gansada de darle “un tajo al gasto público” -toma nota,
querida IDA-, Nancy hacía una tournée por los centros sociales para quitarle
importancia al tema de las ayudas, y decirle al drogadicto que bastaba con decir que no, y al marginado
que bastaba con esforzase, y al paralítico que bastaba con intentarlo...
El misterio sigue siendo por qué las monjas votan a Berlusconi, los parroquianos de Parla a la Ayuso, y los desahuciados del sueño americano al Partido Republicano. Yo digo que es un misterio, pero sólo darle un poco de dramatismo. En realidad lo tengo bastante claro.
El crack
🌟🌟🌟
Un amigo de cuyo nombre no quiero acordarme me recomendó ver El
crack a pesar de que sabe, positivamente, porque yo no tengo secretos para
él, que Garci es un apellido que tengo prohibido por el psiquiatra, porque me
provoca ansiedad, y por el internista, porque me desata la gastritis. Pero el
amigo insistía, e insistía, como poseído por un rapto, y además me decía que en
la película salía Ponferrada, que es la capital de este subreino -por debajo
del de León, que es el principal, y del de España, que es el inevitable.
- ¿Ponferrada?- le pregunté-. ¿Estás seguro? ¿En una película
de Garci?
- Que sí, hostia, que
sí, que la he visto y sale, o la mencionan, ya no me acuerdo..
Esto fue hace meses, y no le hice ni puto caso, pero hoy, en
la depresión estéril tras la derrota del Madrid, he encontrado el hueco y el
humor. ¿Sale Ponferrada? Pues sí, la verdad, una vez, pero sólo verbalizada... Ningún equipo de filmación se presentó en El Bierzo para rodar aunque sólo
fueran unos exteriores de pega. Al principio de la película, en el despacho
del detective Areta, se presenta un señor que dice provenir de allí -o sea, de
aquí- con el diario ABC bajo el brazo. Cuenta que está buscando a su hija
desaparecida en Madrid, seducida a buen seguro por algún hippy de la movida, un
drogota de esos que votan a los socialistas. Anuncia que se va a quedar unos
días en la capital, arreglando unos negocios, y que espera noticias prontas de
la hija pelandusca. Y hasta ahí, en esa sucinta línea de guion, llega la histórica
aparición, el “guest starring”, de este villorrio del Noroeste. Ni un flashback explicativo,
ni un recuerdo feliz de este pobre hombre en el parque del Plantío, compartiendo
el solecito con su hija todavía no descarriada.
Nada se vuelve a saber en la película de estas verdes
tierras, de esta comarca tan apartada como brumosa. Los espectadores de El
crack nunca saldrán de Madrid, fotografiado hasta la extenuación en planos
“homenajeados” de Manhattan. Es en este paisaje urbano donde el detective Areta
tendrá que vérselas con los malosos de las finanzas. Con la chica de Ponferrada
ya no me acuerdo ni qué sucedió...
La vergüenza
La
vergüenza -que a mí me ha parecido un truño, una
kafkianada tan grande como la catedral de Praga, o de Estocolmo- resulta, para
mi asombro, para mi humillación intelectual, que es materia de aclamación en
los círculos cinéfilos: ¡un análisis magistral sobre el hombre y su pesar, la
mujer y su carga, la humanidad y el vacío existencial! El drama modélico de un Ingmar
Bergman en plena forma que nos regala otra genialidad, otra disección profunda del alma humana. Pero sólo
a quien tiene ojos para apreciarlo, claro, y oídos para comprenderlo. E
inteligencia, para asimilarlo. Pues bueno. Cojonudo.
Así
que aquí yazgo, medio listo y medio tonto, en el sofá incómodo y recalentado ya
con los primeros calores. De nuevo en pantalones cortos, como un niño pequeño
que echa de menos las explosiones y las persecuciones. Harto de Bergman. Harto
de no comprenderle. Harto de vagar por la isla de Farö sin entender ni jota. Harto de la política nacional, de la marcha del Madrid, de
la lentitud de la justicia... De este cansancio físico y mental que ya entrado mayo perturba
mis ánimos.