Vacaciones (The idle class)

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Leo en la Gran Enciclopedia Universal sobre Charles Chaplin que “Vacaciones” se estrenó en Madrid el 28 de abril de 1924, en plena dictadura de Primo de Rivera. Quizá por eso, de motu proprio o a punta de pistola, los distribuidores españoles cambiaron el título original (“The idle class”, la clase ociosa) por este otro que no tiene nada que ver con la lucha de clases y menos todavía con el argumento que luego se ve en la pantalla.

En “The idle class" no hay ningún personaje que trabaje, ni en invierno ni en verano, y por tanto la palabra “vacaciones” carece de sentido: los de la clase ociosa porque viven de las rentas y el vagabundo Charlot porque es un viejo hidalgo que jamás se mancha las manos con ningún oficio conocido. Él vive del gorroneo, de la jeta supina, del pequeño latrocinio al vendedor de perritos calientes. Y aunque es verdad que cuando engaña a un pobre diablo el mito de Charlot se nos va un poco por el sumidero, cuando se aprovecha de esos cabronazos de la alta ociosidad a uno le sale la sonrisa malévola del bolchevique famélico pero todavía no derrotado. 

Los censores que trabajaban para Primo de Rivera -curas, guardias, chorizos y otras gentes de mal vivir- debieron de detectar en “The idle class” la burla soterrada que Charles Chaplin le dedicaba a las clases pudientes de Estados Unidos, primas hermanas de las clases pudientes que en España sostenían el régimen y reprimían el movimiento obrero repartiendo hostias a mansalva, o bayonetazos, o incluso a tiro limpio cuando era menester. Así que los lameculos disfrazaron el cortometraje de Charlot vistiéndole de sainete ligero y familiar: esos que tú ves no son explotadores que viven de puta madre a costa del sudor ajeno, sino que, ja, ja, son gente honrada que simplemente está de vacaciones y que ha alquilado un palacio con campo de golf y sirvientes con librea para desestresarse del duro trabajo en pro del ciudadano. 

¿Y Charlot?: pues eso, uno que hace charlotadas, gilipolladas, gracietas para que se rían los niños.





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The Bond (Obligaciones)

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Cuando se declaró la I Guerra Mundial, Charles Chaplin no se alistó en el ejército británico para combatir en las trincheras. Él ya vivía en Estados Unidos y empezaba a ganar mucho dinero con sus cortometrajes. Desconozco cuál era el marco legal entonces vigente, pero me imagino -porque si no hubieran enviado un pelotón para trincarle- que no tenía ninguna obligación de alistarse más allá de demostrar su compromiso con la patria. Y yo, en eso, no voy a criticarle. Si ahora mismo nos propusieran, así, voluntariamente, por amor a la bandera y a la infanta Leonor, ir a pegar tiros a los frentes de Ucrania porque están en juego los valores de la civilización occidental y bla, bla, bla, yo, la verdad, prefería seguir viendo los deportes en Movistar + y pasear a mi perrete por el monte. Me puede el pasotismo, el nihilismo, la pereza, la cobardía... Un poco de todo. Sobre todo el descreimiento proletario: no hay una sola guerra que no tenga su explicación en el beneficio empresarial que extraen cuatro hijos de la gran puta. 

Tres años después, en 1917, Estados Unidos entró en la guerra europea y ahí ya le cayeron hostias dialécticas como hogazas al bueno de don Charles. Él ya era una estrella mundial gracias al personaje de Charlot y el gobierno americano pudo haberle declarado exento por el bien del esfuerzo bélico, confiando en que sus payasadas iban a ser más beneficiosas para la soldadesca que sus disparos. Pero tal cosa no sucedió, y Chaplin, no sabemos si forzado por las críticas o avergonzado de su pasividad, decidió presentarse en la oficina de reclutamiento para ser descartado casi al instante por ser tan bajito y tan poquita cosa en realidad.

La fachosfera mediática -que entonces ya existía- hizo como que Chaplin no se había presentado y siguió atizándole por su falta de compromiso con el país que le daba de comer. Así que Chaplin, aprovechando que tenía que filmar unos cortometrajes por contrato, rodó “The Bond” -una simpática nadería que apenas dura 10’- para animar a la población a comprar bonos de guerra. Y la campaña fue todo un éxito. Chaplin, en la Gran Guerra, jamás tomó una colina, pero sí recaudó una montaña de dinero. 




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El caso del Sambre

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Al finalizar cada episodio se nos recuerda que la serie, además de ser un “true crime” con licencias narrativas, es un homenaje a todas las mujeres violadas a orillas del río Sambre, a lo largo de tres décadas de vergonzosa impunidad. Nada que objetar. Habría que ser otro sociópata con gorro para no empatizar.

El problema, como siempre, está en la cara B del disco: la causa general contra los hombres. Ahí es donde yo siempre patino y, en parte, me desentiendo. Y no es que yo, en la vida civil, hable precisamente bien de los hombres: soy uno más de la cuadrilla y me conozco el percal. Llevar unos huevos colgando no ayuda precisamente a elevarse en cuerpo y en espíritu.

Pero joder... 

Hay que esperar al episodio 4 para que aparezca el primer personaje masculino que aporta algo positivo a la sociedad: es el geomático (sic) que ayuda a su listísima discípula a encontrar el punto geográfico donde podría vivir el violador. Hasta entonces, “El caso del Sambre” responde punto por punto a la visión apocalíptica que tienen las podemitas sobre el mundo. Es decir, que salvo mi padre, mi hermano (y no siempre), mi pareja (cuando la hay) y los presentadores y entrevistados que aparecen en Canal Red, todos los hombres son unos cerdos machistas que se dedican a violar o se empeñan en reírle la gracia al violador y a ampararle en sus delitos. 

Hasta ese cuarto episodio, las orillas del Sambre eran el desierto misándrico casi sacado de "Mad Max" donde las podemitas predican su evangelio. A saber: que en el mundo sólo existen tres clases de personas: las mujeres agredidas, las mujeres que se preocupan por ayudarlas y los hombres -con las excepciones antes mencionadas- que pasan de todo, se rascan los huevos, beben cerveza y compadrean en bares donde ponen furvo a todas horas.

A última hora alguien decidió romper este desequilibrio genérico y en el episodio 5 metieron un comisario competente y un policía medio arrepentido. Irene Montero ya había apagado la tele cuando yo empecé a ver la luz a través de la oscuridad: sí, existen algunos hombres buenos, como en aquella película de Jack Nicholson y Tom Cruise. 



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En la habitación

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Un cocoño, según la acepción inexistente de la RAE, es un hombre con el que has compartido... eso mismo. Pero no necesariamente en la misma sesión, que eso sería un trío, o una orgía, sino en fechas separadas del calendario. Cocoños son los exmaridos, los examantes, los hombres que vinieron antes que tú a probar suerte y a festejar una Nochevieja por todo lo alto. Cocoño, pasado el tiempo, también es su marido actual o su amante en vacaciones. Cocoños son los fantasmas de las navides pasadas, pero también, ay, los de las navidades futuras.

Cocoño es una palabra que usa mucho Berto Romero en sus cachondadas de la radio, pero no es desde luego un término baladí. Cocoño es una palabra afilada y trascendente. Nietzsche dijo una vez que nuestra grandeza depende de la grandeza de nuestros enemigos, y algo parecido sucede con los cocoños, que cuando no son enemigos sí son, al menos, rivales evolutivos.

Es por eso que al comenzar una nueva relación nos mata la curiosidad por saber quiénes -y cuántos- estuvieron allí antes que nosotros. De su belleza o de su estatus podemos extraer conclusiones muy válidas sobre el valor de nuestra compañera y sobre nuestra propia capacitación para merecerla. (Existe un término paralelo -copolla- que a ellas les empuja a satisfacer curiosidades muy parecidas y malsanas).

Yo he tenido tan pocas amantes que me da vergüenza incluso enumerarlas. Pero cocoños, por dos afluentes, tengo mogollón. "Somos legión", gritaban allí dentro los demonios. Y sin embargo, solo he conocido a dos de ellos: uno por las fotografías y otro in person que era muy majete. 

En España, en Europa en general, los cocoños no te persiguen por ahí armados con una pistola. Suele ser gente con espíritu deportivo que, como mucho, te desafía con la mirada. Lo más normal es que ni te conozcan, o que pasen de ti olímpicamente. Pero en Estados Unidos... jodó. Allí cualquier cocoño guarda en su mesita de noche un revólver para matar comunistas el 4 de julio y luego lo que se tercie. Los hay que están muy pirados. Allí, más que en ningún sitio, conviene mucho conocer a los "Homo antecessor" por si las moscas.




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Tombstone

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El otro día, en el podcast, Fox y Codón afirmaron que “Tombstone” era un western injustamente olvidado. Una película maldita que había que reivindicar a toda costa. “Cojonuda”, dijeron... Con lo otro parafraseo, pero lo de “cojonuda” no se me ha olvidado. Aun así, yo les hice caso omiso porque no hay nada más aburrido que un western de tiroteos en OK Corral. Forasteros, forajidos, forúnculos sociales... Duelos al amanecer y tal. Tiros por la espalda cuando los borrachos salen del saloon... Un puro bostezo.

Días después, en el otro podcast que comparten, y como si se tratara de una campaña orquestada, dijeron exactamente lo mismo: que “Tombstone” era la hostia, la pera limonera, el western peor tratado por la crítica en los últimos tiempos... Parafraseo también, pero por ahí iban los tiros. Los del Colt, claro. "Y ándele, cuate, que aquí en México no rige el pinche estado ni aparece la policía". Y en el poblado de Tombstone tres cuartos de lo mismo... La película es un puro disparate. 

Fue ahí, en la segunda recomendación, cuando yo dudé o me hicieron dudar. Porque ése es uno de los putos flacos de mi cinefilia: mi repelús por el western. Más allá de una decena de clásicos del género -que, curiosamente, no siguen las reglas del género- a mí me parece que el western es una cosa para merluzos, con maniqueísmos tontos y desenlaces archisabidos. El género preferido de los fachas, no te digo más. Las joyas de la programación en 13 TV. Un espectáculo apropiado para la simpleza de las mentes más arcaicas y violentas. "Como hoy no puedo salir a pegar tiros a los conejos o a los rojos, pues mira, lo sublimo disparando sobre los hermanos Dalton, que además siempre van desaseados, sin afeitar, como los perroflautas esos de la izquierda".

Por culpa de Fox y Codón me perdí en "Tombstone", me arrepentí, salí a tiempo, me fustigué con el látigo, me cargué de razones y vine aquí a dejar constancia de mi debilidad y de mi fortaleza.





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Sexy Beast

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Cien millones en el banco, un casoplón en la playa, una piscina de la hostia, una exactriz porno como mujer enamorada... ¿Dónde hay que firmar? Lo único que no le envidio a este mafioso de "Sexy Beast" es su gusto por el calor, y menos aún ese calorazo de la costa de Almería, una cosa entre factor cancerígeno y tostadora de avellanas. Pero si me cambiaran Almería por la costa del Cantábrico yo también le vendería mi alma a Mefistófeles. 

De hecho, cada vez que veas una residencia de lujo en un lugar privilegiado, piensa que su dueño es un tipo sin escrúpulos que ha robado mucho o ha asesinado a mansalva. Hay tantas formas de robar y de asesinar... Desde las más atroces hasta las más bendecidas por la ley. El otro 0’01% lo integran los futbolistas, los actores y los tipos agraciados con el Gordo de Navidad. Que yo sepa, meter goles en la Champions, ganar el Oscar de Hollywood o acertar el número de la lotería no le quita el pan de la boca a ningún desgraciado de por ahí.

El problema de estar en deuda con el diablo es que éste puede reclamarte los favores y reaparecer entre nubes de sulfuro. Y da igual que le implores o que le reces a la inversa. Él se ríe de la piedad y se mea en las oraciones. Es Belcebú, coño, y de la banda de Belcebú Flanagan no se va nadie por propia voluntad. Ése es el infortunio que irrumpe en la vida de Gal, el as del butrón, que ya se creía retirado para siempre de su vida delincuente, a pleno sol todo el día entre sangrías y “paelas”, y calamares a la romana que en Almería bordan con el gracejo habitual. 

Una mala tarde la tiene cualquiera, como decía Chiquito de la Calzada, que era de Málaga,y en esa tarde de nubarrones simbólicos a Gal le anuncian que el diablo en persona va a presentarse en su “hasienda esspañola" para reclamarle un último trabajito con el taladro. El diablo se parece mucho a Ben Kingsley, que en otra película hizo de santo laico de los hindúes. Pero cualquier parecido con aquella bonhomía, con aquella mansedumbre, va a ser mera coincidencia.




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Días extraños

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Mientras Lenny Nero se pone más guapo todavía para salir en Nochevieja, en el telediario de Los Ángeles, esa misma tarde del 31 de diciembre de 1999, se anuncian las predicciones de los astrólogos para el próximo siglo: el coronel Gadaffi recibirá el premio Nobel de la Paz, Turquía indemnizará a Armenia por el genocidio secular y en el 2025 habría una segunda mujer presidenta en la Casa Blanca. 

Y sí, todo esto podría haber sido, pero no fue. Cosas más raras hemos visto. En la nómina del premio Nobel hay gente tan oscura y tan asesina como el coronel Gadaffi, pero éste, al final, fue lapidado y ajusticiado por una turba de libios cabreados. Lo de Turquía era una predicción arriesgada de narices -un 97/1 en las casas de apuestas- y lo de la mujer presidenta de Estados Unidos pues ya ves: no serán dos mujeres, sino dos Donald Trump, los que hayan gobernado el hemisferio occidental cuando llegue el año 2025.

La otra cosa que se anunciaba en “Días extraños” como muy futurible era el tema candente de la realidad virtual. (En la película, como está rodada en 1995, no se decía ni mu sobre la posible implosión de los ordenadores cuando sus relojes internos alcanzaran el año 2000. Esa noche, para empezar, ni siquiera comenzó el siglo XXI, por mucho que nos ametrallara la publicidad). Pero han pasado casi treinta años y esto de la realidad virtual sigue caminando con los pañales puestos. Da, como mucho, para seguir produciendo episodios de "Black Mirror" como churros.

Yo también fui de los que soñé una vez con encasquetarme los cables, darle al play del reproductor y sentir -no ver, sentir- lo mismo que experimenta un paracaidista cuando cae, un futbolista cuando marca, un fucker cuando acaricia el cuerpo pluscuamperfecto. Cumplir aquel sueño de Woody Allen de reencarnarse en las yemas de los dedos de Warren Beaty...  Pero de toda aquella tecnología que vendía Lenny Nero en las discotecas sólo nos ha quedado el metauniverso llamado Meta de Mark Zuckerberg, que todavía no sabemos ni lo que es, ni para qué sirve.




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Testament

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Entiendo, y me asusta, el nihilismo desesperante de Jean-Michel, el testamentario de “Testament”. Me faltan veinte años para igualarle la edad pero voy transitando su mismo camino. La culpa es de la estación de los amores, que viene y va, como cantaba Franco Battiato, pero cada vez tarda más en volver, y también de los achaques, que arañan la puerta, y del calendario, que ya es un otoño perenne de hojas que se caen.

Pero sobre todo es culpa de la izquierda, que ya no existe, y que nos cuesta aceptar que se esfumó. Y da lo mismo que vivas en el Quebec que en el Noroeste de la Península. Aquel alemán que arrancó la primera piedra del muro de Berlín derrumbó todo el edificio. Y no solo eso: lo trituró, lo barrió, lo convirtió en la Zona Cero del capitalismo victorioso. Carthago delenda est. Una torre universal de latas de conservas se vino abajo por quitar una sola de su base. Está claro que había algo que estaba mal diseñado desde el principio. Una grieta en el sistema como aquel agurejico fatal de la Estrella de la Muerte.

En 1989, cuando yo tenía 17 años y Jean-Michel 39, descubrimos dos cosas que nos pusieron las congojas de corbata: que más allá del Muro los sueños eran pesadillas y que más acá del Muro nos iban a dar bien por el culo. La primera línea de defensa, que eran los obreros armados con hoces y martillos, fueron barridos por el hipo huracano de Pepe Pótamo y quedamos inermes ante los amos. Cautivo y desarmado el sueño de una sociedad ya no comunista, sino simplemente escandinava, con reparto de riqueza y un Estado protector, los izquierdistas menos convencidos se pasaron al enemigo y los otros, seducidos por la publicidad, se convirtieron en “progres”. ¿Qué es un progre?: pues básicamente alguien que quiere follar con las progres. ¿Y qué es, entonces, una progre? Pues pasen y vean “Testament”. Ahí lo explican bastante bien. Desde luego, nada que ver con la izquierda combativa de nuestros mayores.

Cuenta la leyenda que Ione Belarra, en un descanso de su infatigable batalla contra los machistas, los micromachistas y los artículos determinados, se metió una vez con el dueño de Mercadona y colorín colorado este cuento se ha acabado. 



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