Gracias por fumar
El candidato
Tierra de mafiosos
🌟🌟
Los Soprano, como los Corleone, son unos profesionales que sólo sacan la pipa cuando no queda otro remedio. Son unos psicópatas, sí, pero unos psicópatas con raciocinio. Lo primero que aprenden en las calles es que el aleteo de una bala en Nueva York puede provocar un terremoto en el prostíbulo más exclusivo de Las Vegas. Ellos evitan las muertes gratuitas o excesivas para que el equilibrio inestable no se vuelva tormenta devastadora.
Los Harrigan, en cambio, o los Stevenson, que son los clanes enfrentados en "Tierra de mafiosos", son dos familias cuyos miembros lo mismo entran y salen de la cárcel que entran y salen del frenopático. Están locos de atar. A lo que más se parece “Tierra de mafiosos” es a un tebeo de Mortadelo y Filemón. O a un episodio animado de los Looney Tunes. Aqui todo el mundo es como Bigotes Sam, el pistolero loco que la emprendía a tiros con el primero que le miraba de soslayo.
- Me cargué a ese fulano –y luego me comí sus ojos y le puse la polla sobre la cabeza- porque se llamaba Michael y a mí los Michael siempre me han dado mala suerte en los negocios.
Me lo invento, sí, pero en “Tierra de mafiosos” es todo un poco así. A lo Tarantino, pero mal. Bochornoso. Pierce Brosnan no para de hacer el ridículo y Helen Mirren -que va de gran dama del cine y lo subraya imponiendo su nombre durante muchos segundos en los títulos de crédito- está tan pasada de rosca que casi mueve más a la risa que a la tensión.
Todos los personajes de “Tierra de mafiosos” son morralla moral. No hay ninguno que te dé pena cuando muere ejecutado. Lo mismo los psicópatas vengativos que sus esposas enamoradas. Sicarios zumbados y putas amorales: en “Tierra de mafiosos” no hay cabida para ninguna flor de la primavera.
Además, cada generación de los Harrigan y los Stevenson parece más perturbada que las anteriores, así que ya amenazan con el estreno de una segunda temporada. Conmigo que no cuenten. Estoy cansado de perder el tiempo con estas series de "tíos con cojones” que recomienda Arturo Pérez Reverte en la fachosfera.
Bodegón con fantasmas
🌟🌟🌟
El fantasma más interesante de la película apenas sale unos segundos. Es un ectoplasma desperdiciado. Los demás no tienen gracia o se dedican a dar po’l culo con afanes tontorrones: escapar del limbo, o rematar una manualidad que dejaron sin terminar. O anhelos muy del mainstream, muy del agrado de los suscriptores urbanos, como el de ese señor que siempre se sintió mujer bajo la boina y ahora se aparece ante su hija para que le cambie el nombre de la lápida y le ponga Bernarda en vez de Romualdo.
El fantasma que yo digo es un paisano que se ha levantado de su tumba para decirle a su hijo que el vecino de finca está moviendo las lindes y comiéndole el terreno. Me troncho con él. Es igualito que el 90% de mis vecinos de La Pedanía. Hay mil motivos para pasear el ectoplasma por el mundo, desde los más sublimes hasta los más retorcidos, pero este hombre del agro eligió el que aquí hace furor desde tiempos inmemoriales.
Hay quien resucitaría un día al año sólo para navegar en la Flotilla de la Libertad y echar una mano -aunque sea incorpórea- a los refugiados de la barbarie. Yo, en cambio, haría un poco lo que dejó escrito Luis Buñuel en sus memorias: me levantaría la noche en que se proclama el campeón de la Champions para satisfacer mi curiosidad y ya de paso echar una ojeada a los periódicos. No me interesaría por mis allegados -que a fin de cuentas irían muriendo y desapareciendo- sino por la marcha general del mundo.
Pero aquí, en La Pedanía, aislados de los demás valles noticiables, la gente está a lo suyo incluso cuando se muere: al viñedo, a la huerta, al campo de las vacas. Más allá todo es ruido o son cosas de Madrid. Cuando están vivos les coges un higo de la higuera al pasar por el camino y te asesinan con la mirada aunque haya otros doscientos estampados contra el suelo. Lo suyo es lo suyo y lo defienden con uñas y dientes, cuando los tienen. Y cuando no, se levantan a supervisar las haciendas bajo una sábana a la que practican dos agujeros.
Diamantes en bruto
Prince of Broadway
🌟🌟🌟
Estoy casi seguro -al 99’99 %, porque más es imposible- que no tengo un hijo mío perdido por ahí. Un vástago desconocido que lleve el apellido Rodríguez entretejido en sus cromosomas. Entre las medidas drásticas y las travesías por el desierto, duermo bastante tranquilo en ese sentido. Por las mañanas, como todo hijo de vecino, me levanto esperando una desgracia del destino, pero jamás he temido que aparezca una mujer en la puerta para dejarme en custodia el fruto desconocido de un amor. Sería una sorpresa de la hostia. Un alumbramiento tan improbable que hasta podría compararse con el nacimiento de Jesús. Una cosa entre milagrosa y alienígena. Bíblica. El hito primigenio de una nueva religión.
Lucky, en cambio, el hermano negro que trabaja en Broadway trapicheando con zapatillas de contrabando y copias ilegales de bolsos de Prada, es un pichabrava con mucho éxito entre las mujeres, lo que eleva el riesgo de crear vida humana de manera involuntaria. Parece mentira, la verdad, en estos tiempos tan alejados de los curas y tan informados de los métodos, pero siempre hay imperfecciones de la materia y momentos de pura irreflexión. Y quizá, sólo quizá, intervenciones malignas del Diablo.
Si echas un polvo de Pascuas a Ramos el riesgo se reduce a un cero con escuálidos decimales, pero si eres el príncipe de Broadway al que pocas princesas deniegan la intimidad de sus dormitorios, entonces no hay que clamar al cielo cuando te dejan el pastel con una bolsa de potitos y cuatro pañales desparramados. Es el karma de los grandes folladores: se lo pasan en grande, pero corren ese peligro desconocido para otros.
Y aun así, los hambrientos, y los desheredados, nos cambiaríamos por ellos sin dudarlo ni un segundo.
Sirat
🌟🌟🌟🌟
La música electrónica es perjudicial para la salud. Quizá ése sea, después de todo, el mensaje muy poco esotérico de la película. El evangelio de andar por casa que se esconde entre las energías telúricas y las metáforas redentoras. Quizá los críticos y los adeptos han sobreinterpretado a Oliver Laxe. Quizá -aunque ciertamente se le parezca, por el flipe sideral, por el aspecto de dios buenorro- Oliver Laxe no sea la segunda reencarnación de Jesucristo.
Aparte de quedarte sordo, en “Sirat” se nos advierte que la música electrónica puede dejarte tocado de la cabeza, e incluso tullido de un brazo, o de una pierna, como atestiguan esta banda de cojos y mancos que cruzan el desierto de Marruecos saltando de rave en rave como la abeja Maya saltaba de flor en flor.
La música electrónica - pero eso ya no lo cuentan en “Sirat”- también es muy perjudicial para el amor. Lo fue, al menos, para uno que yo tuve, y que se desmoronó como se desmoronan los grandes imperios que parecían destinados a durar: de sopetón, en un fin de semana tan extraño como estroboscópico.
Un sábado malhadado, N. me llevó a bailar música electrónica a una discoteca de por aquí. Ella ya sabía de mi reticencia, pero insistió. Me dijo que le daba igual, que sólo quería desmelenarse durante un rato. Que conmigo mirándola se sentía segura y no sé qué... A la hora y media empecé a bostezar en mi taburete. Le hice un gesto para marcharnos. Se lo tomó mal. Muy mal. A la salida me dijo que le había cortado el rollo y que nunca me lo perdonaría. Que la música electrónica era su chute y su enchufe con la vida, y que si estos eran los sábados que yo la regalaba ella prefería volverse a su tierra... Eran las tres de la madrugada y yo tenía 51 años. Ella 50. No hay que irse al desierto de Marruecos para encontrar gente que lleva toda la vida instalada en una rave.
De hecho, mientras Sergi López buscaba a su hija, yo, ya más curioso que nostálgico, buscaba a N. entre la multitud, a ver si por fin había encontrado un novio madurito - tullido o zumbado- que compartiera sus energías.
(@64scaquespasmatriz_: ya tienes la no-crítica que me pediste hace unos meses. Seas mujer o bot, lo prometido es deuda).