Bitelchús
¿Dónde estás, Bernadette?
🌟🌟
La verdad es que últimamente no doy ni una con las películas.
Tengo el instinto cinéfilo adormecido, o gilipollas. Será que el calor no
termina de irse, o que ando asintomático perdido con lo del virus. A saber… Y el
caso es que el instinto cinéfilo es el único que más o menos funcionaba en mi
panoplia. ¿Será esto el principio del fin? Porque si ya me falla incluso esto -la
sabiduría de discernir las buenas películas de las malas- qué será, ay de mí, en el futuro... Un cinéfilo confundiéndose de
películas es como un micólogo confundiéndose de setas: aparte de ser imperdonable, es que te intoxicas, o te vas por la pata abajo, o puedes
incluso morirte si el error es continuado o mayúsculo. Y yo llevo unos días que al
gris tonto de la vida le añado el gris estúpido de la ficción, y ese gris
sobre gris ya sí que no hay quien lo aguante. A ver si me pongo las pilas…
Pero es que se suponía, jolín, que Richard Linklater era un
valor seguro, y que después de aquella tontería patriótica de “La última bandera”
no iba a meter la pata otra vez. Imposible, dos tropezones seguidos en don
Richard, que siempre ha sido de alternar cara y cruz, arena y cal, cagada y
flor. Un plasta, o un iluminado, según como le salga la película, pero siempre
corrigiéndose a sí mismo en la siguiente. Pues no: “¿Dónde estás, Bernadette?”
es otro rollo mayúsculo de guion errático y “buenos sentimientos” que ni la
belleza de Cate Blanchett -¿plagiando su papel en Blue Jasmine?- es
capaz de sostener.
Es que además ya está muy vista, muy manida, la mala prensa de
los superdotados, que en las películas siempre aparecen como inadaptados de la
vida, medio lelos y trastornados. Y no sé, de verdad, a qué obedece esta
tergiversación de la realidad. ¿La envidia, el desconocimiento, las ganas de
enredar? Yo he conocido en la vida real a dos superdotados indudables -un
hombre y una mujer- y a los dos les va de puta madre en sus asuntos. Nada que
ver con la pobre Bernadette, que de inverosímil causa el asombro y casi la risa.
La superdotación de mis conocidos es, precisamente, la que les permite salir airosos de todos sus problemas.
Eligen bien, calan a la gente, no se dejan engañar, viven de puta madre y se conducen por ahí con la
sonrisa del ego subido. La chulería con fundamento. Qué envidia, ostras…
Estoy pensando en dejarlo
🌟🌟
Yo también estoy pensando en dejarlo... A Charlie Kaufman,
precisamente. Al menos, al Charlie Kaufman que dirige películas y no se limita
a escribir guiones para otros. No compensa el tiempo invertido en sus películas
de auteur. No hay quien le siga en sus onirismos, en sus barroquismos,
en sus simbolismos para iniciados en el misterio. El misterio insondable de su mundo interior,
claro. No hay nada más aburrido que escuchar los sueños de alguien, y Kaufman,
salvo en aquella película de Anomalisa, se está convirtiendo en un
turras de mucho cuidado.
Que los sueños propios son un rollo para los demás lo sé por experiencia
propia, porque yo soy mucho de contar mis sueños a mis parejas, cuando las
tengo, llevado por la inquietud que me atormenta al despertar. Pero sé que en
el fondo no les interesa, y que sólo fingen que me escuchan por educación,
porque los sueños son un absurdo muy personal, incomunicable, y sólo tienen relevancia
porque afectan al ánimo de quien los sueña. Y eso mismo ocurre con Charlie
Kaufman y su pesadilla Estoy pensando en dejarlo: que es una
ida de olla, un producto del subconsciente, y yo termino desconectando como
espectador que se pierde y en el fondo no se entera. Sólo entiendo -y firmo
debajo- que el amor verdadero es el Gordo de Lotería, y que la mayor parte de
lo que vivimos como amores son el outlet del mercado. Queda claro en los
primeros minutos de la película, y es lo único hermoso y comprensible en este fregado. Lo demás es infumable, insondable, carne de diván para el
psicoanalista carísimo de Los Ángeles que seguramente atiende al señor Kaufman.
Luego están, por supuesto, los exégetas. Los enterados. Quizá
-y siento, entonces, meterme con ellos- los espectadores inteligentes y
sensibles. Los que han visto la película, vienen a la red y aseguran ofrecerte
una explicación coherente de toda esta cacharrería simbólica. Son los que traducen
las pelusas del ombligo al lenguaje de los humanos. Me río yo, de los
traductores del arameo, o del suajili…
Raised by Wolves
🌟🌟
Ésta ya nos la habían metido doblada más veces: un director
de prestigio dirige los primeros episodios de una serie en apariencia espectacular
-y encima esta vez era Ridley Scott, y la cosa iba de extraterrestres, y era
una locura no empezar al menos la aventura- así que te apuntas, te subes al
carro, programas las grabaciones o te confías
a la mula, quieres engancharte pero dudas de si seguir o no porque la cosa a ratos va bien pero a ratos es un
disparate, y cuando desaparece el director estelar que sólo era el anzuelo, el
truco publicitario, el enganche para los adictos, la serie ya se descubre un
truño sin rumbo, un mero rellenar horas y horas con los tópicos habituales. Raised
by wolves era la enésima chorrada que esperaba agazapada en la selva de las
series, que ya va siendo hora, la verdad, de que la vayan desbrozando, los bulldozers
amazónicos de Bolsonaro si hicieran falta, para que podamos ir saliendo de todo
esto, los yonquis del asunto, que se nos va la vida en el empeño...
Y entonces claudicas, mandas la serie a tomar por el culo, y
por un lado llega la decepción y la culpa, porque te habías creado unas
expectativas muy altas que luego no se cumplieron, como sucede en el amor, o en
la lectura, siempre todo tan cutre y tan frustrante, pero por otro lado llega
la liberación de las horas, el tiempo libre recuperado, que ya no malgastarás
en ese producto sin sustancia, en esa serie sin chicha, pero que tardarás muy
poco -ay- en volver a dilapidar en la nueva promesa anunciada a bombo y
platillo. También como en el amor, y como en la lectura…
Raised by wolves -hay que joderse- al final era un remake
de La casa de la pradera. Una pareja de colonos y la chavalada que aparecen en una
tierra lejana y árida donde les aguardan los peligros de las alimañas y las
enfermedades, las cosechas raquíticas y los otros colonos que se disputan las
tierras. El mismo melodrama ñoño. En Raised by wolves no aparecen los Ingalls, pero sí una pareja de androides capaces de incubar seres humanos con su energía.
Pero, para el caso, patatas.
Tras el corazón verde
🌟🌟🌟
Ya sé que le he puesto tres estrellas ahí arriba, en la
crítica, llevado por la nostalgia de los viejos tiempos, pero tampoco quisiera
engañar al lector o a la lectora: Tras el corazón verde es más bien
mala, absurda, y ha envejecido como el vinagre y no como el buen vino. Le han
caído los años como costras, como lamparones en la piel, desde que mis amigos y
yo la alquilábamos en el videoclub para enamorarnos de Kathleen Turner y sentir
el vértigo de las persecuciones y los tiroteos. Que además tenían lugar en la
selva de Sudamérica, y aquello era como volver a ver a Indiana Jones en acción,
con las lianas y las serpientes, el chiste ocurrente y la rubia jamona que le
acompañaba en la aventura.
En 1984 yo todavía era un niño muy impresionable, un cinéfilo
muy lejos de David Lynch o de Eric Rohmer, y cualquier majadería de persecución
al estilo Equipo A me dejaba boquiabierto. Ahora, enfrentado a las viejas películas,
no termino de entender aquella fascinación por la violencia que sólo era un
pim, pam, pum y una exhibición idiota de las armas. Una cosa que en realidad se
rodaba para los adolescentes de Oklahoma, inmersos en la cultura del rifle, del
fusil automático, del voy a salir el domingo con papá a pegar unas ráfagas por
el monte, y no para nosotros, los chavales de León, que el único fusil que
habíamos visto en nuestra vida era el cetme de los soldados que hacían guardia
en el cuartel.
Lo único que no ha envejecido en Tras el corazón verde
es el amor de este cuarentón por la belleza de Kathleen Turner, que se preservó
en los fotogramas antes de que la enfermedad la retirara. Una vez conocí a una
mujer encantadora que me enviaba corazones verdes para indicar que le gustaban
mis comentarios y mis escritos, y eran corazones verdes muy parecidos a esta esmeralda
de la película. Nunca lo entendí muy bien, la verdad, porque en internet se dice
que el corazón verde es una expresión de amor por la naturaleza, o una
expresión de celos entre los amantes, y en nuestro caso ni lo uno ni lo otro.
Una vez se lo dije, ella me dijo que ok, que tomaba nota, y volvió a enviarme
un corazón verde al final de sus palabras. Quizá soy yo el equivocado después de
todo, así que nada: le dedico un corazón verde a Kathleen Turner, y a aquella mujer, por los
viejos tiempos, signifique lo que signifique.







