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Nadie en su sano juicio abandonaría a una mujer como Keira Knightley a no ser que ella:
a) Sea una psicótica con brotes paranoides que camina por la vida sin diagnosticar (a veces pasa).
b) Descubra de repente a Jesucristo y decida convertir su piel humana en cuerpo místico y consagrado.
c) Te vacíe la cuenta bancaria hasta que tengas que decir basta y encima te eche en cara tu actitud (a veces también pasa).
d) Necesite comerse tus testículos en rodajas para curar las fases más agudas de su problemática depresiva.
e) Niegue las pruebas evidentes de que se acuesta con otros hombres y te acuse a ti -monje trapense y tonto enamorado- de pegársela con las tías más o menos sospechosas de tu lánguido ecosistema.
Pero Keira Knightley, en “Beging Again”, a diferencia de esas mujeres que yo por supuesto jamás he conocido, no presenta ninguno de estos cuadros psiquiátricos ni comete atrocidades que te cuestan la salud. Keira es guapísima, majísima, toca la guitarra como los ángeles y vive colgada del sueño musical de su novio talentoso. Keira es... la pera limonera. Y sin embargo, el pichabrava de su novio, en una decisión aberrante que estropea la película entera porque es su punto de partida y su hilo melodramático, la dejará por otra mujer en un acto que es al mismo tiempo pecado mortal e imposible metafísico.
Así las cosas, “Begin Again” -que no tiene nada que ver con “Volver a empezar”, la película que rodó José Luis Garci antes de cambiarse el apellido por Aznar- se instala en un realismo mágico como de García Márquez en el que Nueva York se transforma en Macondo y todo el mundo celebra las desgracias componiendo canciones y jurando no vendérselas jamás al sucio capital. Más vale cantar de pie que triunfar arrodillado. Pues puede que sí, mi comandante, pero también puede que no.