Antes del atardecer
Un método peligroso
La verdadera historia de Schindler
🌟🌟🌟🌟
En “La lista de Schindler”, puede que en aras de la simplicidad
dramática, se nos omitió el dato de que
Oskar Schindler, además de empresario de éxito, fue un agente de inteligencia
al servicio de la Wehrmacht. Es decir: no un nazi de ocasión con un pin en la
solapa, sino un nazi concienzudo que trabajaba
dentro del sistema.
Schindler fue todo lo que se cuenta en la película
-entrepreneur con dinero de papá y mujeriego infatigable de las alcobas- pero también algo más: un tipo escurridizo
y contradictorio. Yo entiendo que después de todo, a efectos
prácticos, haber sido un nazi de la primera ola no le resta valor a su valentía posterior. Es más: puede que se la añada. Pero ahora, no sé por qué, me jode que en la película me lo hayan ocultado. También porque el Oskar
Schindler real resulta mucho más interesante que el Oskar Schindler ficticio. Un enigma con piernas. Todo
el mundo habla de él en el documental pero nadie parece conocerle en realidad: no su mujer, por
supuesto, pero tampoco sus amantes, ni los judíos a los que salvó y que luego le recibieron con los brazos abiertos en Israel.
¿Es verdad que Oskar Schindler se cayó del caballo camino de Cracovia?
¿Actuó con generosidad suicida o con un egoísmo calculado? ¿Será cierto, como
deslizan en el documental, que durante la guerra se convirtió en un agente
doble al servicio del sionismo? Da igual. Uno de los supervivientes incluidos en su lista lo zanja con un argumento irrebatible: “El caso es que estamos vivos y se lo debemos a él”.
(Por cierto: a Spielberg, en su día, le pusieron a
parir por la famosa escena de las duchas que no soltaban Zyklon B sino agua
fría para asearse. Le acusaron de mostrar una imagen “optimista” de los campos
de exterminio. Pero resulta que aquello sucedió de verdad: las mujeres de Schindler
fueron desviadas a Auschwitz por un error burocrático y pasaron allí varias semanas
hasta que fueron llevadas a la fábrica de Brünnlitz. Su tren fue el único que
salió de Auschwitz en toda la guerra con un cargamento de personas vivas).
La lista de Schindler
Matabot
🌟🌟
Comienzo a ver “Matabot” en el tren que me trae de León a La Pedanía. El caballo de hierro ha llegado con dos horas de retraso y me inunda una mala hostia de viajero ninguneado. Quizá no sea el mejor momento para iniciar “Matabot” ni ninguna otra ficción. Lo ideal, si yo fuera un ser racional, sería cerrar los ojos, poner música en los auriculares y dejarme llevar por el traqueteo. El "cha-ka-chá" del tren.
Pero me puede el vicio, el ansia de vaciar el disco duro. Y además, sentadas frente a mí, y procedentes del Averno, me han tocado dos loros que no paran de parlotear, siempre con los nietos y las dolencias, las cosas del tiempo y las recetas del gazpacho... No veo ninguna diferencia entre los imbéciles que van dando po'l culo con el teléfono móvil y las sexagenarias que cacarean sus intimidades como si vivieran separadas por las montañas. Ellas también rellenan todo el pentagrama disponible y terminan por hacerte simpatizante de las ideas olvidadas de la eugenesia.
(Es imposible escapar de estas encerronas en los Alvias incomodísimos y atestados de viajeros. Pero ya que el vagón del silencio es un privilegio exclusivo de la Alta Velocidad, yo propongo que nos pongan, al menos, en los trenes de los pobres, un “Matabot” que extermine a estos desaprensivos del decibelio).
Para enfrascarme en “Matabot” llevo unos auriculares que supuestamente cancelan el ruido exterior, pero la voz chillona de las cacatúas se cuela por las rendijas del sistema. Eso me obliga a subir el volumen hasta que mi tímpano dice basta y me obliga a buscar un nivel de compromiso: “Matabot” ya será, hasta que la abandone justo en mitad del segundo episodio, una serie con banda sonora extraña y desasosegante. Como si este robot medio autista y medio gracioso -que prometía tantas alegrías y al final se quedó en casi nada- sintonizara por dentro alguna radio de yayas incomprendidas en la madrugada.
El portero de noche
🌟🌟
Mi padre también era portero de noche, y de tarde, en el cine Pasaje de León. Pero no era un nazi que disimulara su pasado. En aquellos tiempos -como en los de ahora- no era necesario ocultar que te molan los exterminios. Mi padre era más bien todo lo contrario: un anarquista anticlerical. Un Bakunin bien afeitado y con librea de reglamento. Y hasta con gorra de plato, como de sereno o de bedel -para nada la gorra de las SS que lucen Dirk Bogarde o Charlotte Rampling en la película- cuando llegaba un gran estreno a la ciudad y había que sonreír a las fuerzas vivas que se presentaban: el señor alcalde, con o sin señora, y el presidente de la Diputación, y los empresarios locales, y quizá hasta el señor obispo si la película no presentaba ningún peligro para el orden moral o la decencia. Mi padre no era nazi, ya digo, pero tenía que dar las buenas noches a los prebostes del fascismo.
Ya sé, me desvío... Pero es que la película se me ha ido entre divagaciones. Está tan pasada de moda, tan pasada de rosca... Ni Dirk Bogarde con su careto indescifrable ni Charlotte Rampling con su belleza perturbadora son capaces de sostener este desvarío de Estocolmo que tiene lugar en los catres de Viena (por cierto: otra Viena entrevista, o filmada de lejos, por mucho que esa estafadora de la IA incluya “El portero de noche” en su algoritmo).
Thibaut Courtois... Él también es un portero de noche cuando el Real Madrid juega sus partidos tras ponerse el sol, en el recinto sagrado del Bernabéu o en los templos paganos donde nos escupen cantos irreproducibles y los árbitros -vestidos de negro como los oficiales de las SS- nos atracan a mano armada con la Luger de su silbato. Es el martirio de los nuestros; otra vez la persecución de los cristianos. Thibaut no sé si es nazi, pero seguro que vota a partidos afines para que no le quiten lo que es suyo cuando toca declarar sus ingresos millonarios. Son nuestros muchachos, sí, pero fuera del césped no aprobarían el más amable de los cuestionarios.