Larry David. Temporada 11

🌟🌟🌟🌟🌟

Solo conozco a una persona -in person, quiero decir- que se haya reído alguna vez con las ocurrencias de “Larry David”. Es mi amigo de La Pedanía, y quizá por eso, entre otras cosas menos importantes, sigue siendo mi amigo. Él no es un entusiasta como yo,  pero a veces se asoma a la serie porque le doy mucho la matraca y porque sé que tiene una suscripción a HBO Max -o como demonios se llame ahora. 

Yo sería capaz hasta de tomarme un café con un facha ayusista, sólo si me dijera que también se descojona con Larry David. Alrededor de nuestro gurú se admiten todo tipo de especímenes. Yo mismo, que soy un bolchevique durmiente, un soldado del Ejército Rojo que espera la orden de encaramarse a la Moncloa con una bandera tan roja como mi sangre, me parto el culo con las andanzas de este millonario cuyas máximas preocupaciones en la vida son pillar hora en los restaurantes de moda, jugar al golf con los amigotes y encontrar su jersey preferido en la boutique más cara de Los Ángeles. 

El camarada Lenin, hace cien años, hubiera deportado a Larry David a Siberia, o lo hubiera hecho ejecutar en la cheka de Moscú. Pero ahora que los comunistas nos hemos vuelto gente civilizada, podemos empatizar con algunos cerdos burgueses y no sentirnos culpables por la desviación. Hasta el camarada Lenin hubiese entendido que Larry David no se ha hecho millonario, sino que hemos sido nosotros, los proletarios, los que le hemos hecho millonario a cambio de hacernos reír y de regalarnos la mejor serie de nuestra vida. 

Una vez, hace años, mi madre vino de visita por La Pedanía y vimos juntos un episodio de “Larry David”. Me dijo que el personaje le daba tanta vergüenza ajena que no lo podía soportar. Otra vez le puse un par de episodios a una amante que tuve y no se rio ni una sola vez. Es más: arrugaba el morro todo el rato. Yo pensé: "Esta chica no me conviene". Y ella pensó: "Estos dos son gilipollas".

¿Y mi hijo, por ejemplo, de Larry David?: nada, ni por el forro. ¿Y las otras amantes que vinieron después?: tampoco nada, pero ya por decisión propia, porque Larry y yo tenemos algunos parecidos inquietantes que dicen muy poco a nuestro favor.



Leer más...

Salve María

🌟🌟🌟


Leo Kanner, el psiquiatra que definió por primera vez el autismo, sostenía que las “madres frías” eran las responsables de causar el trastorno en sus retoños. Madres que al igual que María en la película se muestran distantes e incluso hostiles con el bebé que debería recibir palabras cariñosas y afectos indudables. 

Los años centrales del siglo XX vivieron el reinado de las teorías ambientalistas y cualquiera que hablara de genes defectuosos para explicar los males conductuales era tachado de reaccionario y condenado al ostracismo. Un poco como ahora, pero mucho peor. Sin embargo, el tiempo fue demostrando que Leo Kanner y sus secuaces se equivocaban. No en la definición, pero sí en la psicogénesis. El autismo resultó ser un trastorno que tiene su origen en una herencia desgraciada y hay poco que podamos hacer para prevenirlo. Un gen mal copiado, una proteína mal situada, y el niño que debería abrazarte con amor se convierte en un ser extraño y aislado del entorno. Es una puta lotería, y los que trabajamos con estos chavales lo tenemos más que archisabido. 

Es por eso que viendo “Salve María” no temo en ningún momento por la salud mental de ese pobre bebé. Sí por la salud física, claro, cuando la enajenada de su madre fantasea con ser la nueva reina negra de las páginas de sucesos. Pero como la película no crea en mí ninguna tensión y no me creo en ningún momento que pueda producirse un fatal desenlace, vivo más o menos descuidado, absorbido de vez en cuando por las tonterías del teléfono, y pienso que las probabilidades de que ese chaval crezca sano y feliz son las mismas de cualquiera. 

También es verdad que respiro más aliviado cuando descubro que esa madre, al final, regresa a la juerga nocturna de la que nunca debió salir -qué personaje más odioso, más poco digno de lástima por mucho que se empeñe la directora- y que será su padre el que a partir de ahora le llevará al colegio y le preparará los bocadillos.

- ¿Una mala madre y un buen padre? ¡Pura propaganda reaccionaria!- dicen que dijo Irene Montero, escandalizada.




Leer más...

Megalópolis

🌟🌟


Acto 1

Se estrena “Megalópolis” en los cines de Ciudad Capital. Yo, por supuesto, no voy a verla. Prefiero esperar a que esté disponible en las plataformas o en las alforjas de la mula. En el cine no puedo soportar los ruidos de la gente que habla, que mastica, que consulta sus teléfonos móviles. Soy -o me he vuelto- un neurótico perdido. 

También me he convertido en un sibarita que ya lo ve todo en versión original, con rotulicos en castellano, y en los cines de provincias -y más aún, en los cines comarcales- los subtítulos espantan a las gentes y hunden las taquillas. En Europa, con el precio de la entrada, te regalan cursos de idiomas. Pero esto no es exactamente Europa, sino la puerta de. 


Acto 2

Mi amigo, que sí ha ido al cine, y me dice que “Megalópolis” ni le ha gustado ni le ha disgustado. Que más bien todo lo contrario. En la primera cerveza me dice que no la ha entendido; en la segunda que sí; en la tercera que sólo a medias.


Acto 3

Pasan los meses. Muchos meses. Anuncian que “Megalópolis” podrá verse próximamente en Apple TV.  Pero yo sólo me dejo el sueldo en Movistar +, así que empiezo la búsqueda ilegal a la antigua usanza. Las copias decentes de “Megalópolis” están hiperprotegidas y no aparecen por ningún lado. Sólo screeners y mierdas así. No me pongo nervioso. No es como otras veces, que me mata la impaciencia. Si por un lado está el penúltimo legado del señor Coppola, por el otro caen las críticas terribles como hojas en otoño.


Acto 4

Por fin aparece “Megalópolis” gracias a un dealer de confianza. La pongo a descargar a varios Mbs por segundo. La cosa va que chuta. Aunque la película no ha sido nominada a ningún premio -sí, quizá, a alguno de los risibles- se ve que hay ganas de verla entre el personal. Somos muchos los cinéfilos arrastrados por la curiosidad.


Acto 5

Busco un día sin fútbol para ver “Megalópolis” en el horario estelar de las diez de la noche. Me repantigo en el sofá y apenas tardo diez minutos en reconocer que sigo viéndola porque viene firmada por Francis Ford Coppola. Si no, de qué... Esto es infumable. Un puro desvarío. La obra -tiene toda la pinta- de un megalómano octogenario. 




Leer más...

Jurado Nº 2

🌟🌟🌟🌟


De momento voy teniendo suerte. Nunca he recibido una notificación para formar parte de un jurado popular. En caso de tal no me dolería el tiempo perdido, ni el cataclismo de la rutina, sino la suprema responsabilidad de tener que decidir sobre el futuro de una persona. No es como ver una película desde el sofá, donde puedes salvar o condenar alegremente como un césar romano de pacotilla. La realidad es muy seria y yo llevo toda la vida tratando de esquivarla. En la vida real, los pulgares alzados o abatidos tienen consecuencias irremediables. 

A lo largo de nuestra cinefilia hemos visto mil ficciones americanas en las que el culpable más obvio luego resulta ser inocente e incluso más majo que las pesetas, así que ya vive uno incrédulo y condicionado. Hollywood nos ha convertido en ciudadanos recelosos. Quién de nosotros, a nuestra edad, con tantas películas en la mochila, se atrevería a condenar a nadie en la Audiencia Provincial o en los juzgados de Ciudad Capital. El eco de los viejos clásicos retumbaría en nuestras conciencias.

“Jurado Nº 2”, por ejemplo, es de esas películas que le quitan a uno las ganas de participar en los “deberes democráticos”. No hago ningún spoiler si escribo -porque el meollo se desvela casi al principio- que ninguna persona razonable absolvería al novio de esa pobre chica asesinada. Es todo tan evidente, tan de manual... y sin embargo ya ves, pobrecito mío, qué concatenación de casualidades. Y si es verdad que la ficción supera muchas veces a la realidad, la realidad, lo tenemos comprobado, también supera muchas veces a la ficción.

El truco sería, al recibir la carta certificada o la visita de la policía -desconozco el procedimiento- fingirse uno loco, o racista, o misógino de aúpa, partidario de fusilar a los rojos tras torturarlos -esto quizá no arredre a los poderes del Estado- o de quemar a los ricachones dentro de sus palacetes. No sé: gritar muchas barbaridades, o ponerse un embudo sobre la cabeza como aquellos locos de los tebeos 




Leer más...

La infiltrada

🌟🌟🌟🌟

El sentimiento básico que recorre mi barriga mientras veo “La infiltrada” no es la incertidumbre, pues ya venía uno informado a la pelicula, sino la admiración infinita por esa mujer, y por esa actriz que la recrea. La persona y el personaje.

Lo digo porque yo, de infiltrado en ETA, no hubiese durado más de 36 horas. Pero no porque de repente me viera superado por la tensión y les hubiera pedido a mis superiores que me sacaran de allí cagando leches. Lo digo porque ni siquiera me habría dado tiempo a llegar esa conclusión de cobardía. Antes habría cometido un error fatal que hubiera dado con mis huesos y con mi poca sesera en una cuneta: confundirme de nombre al ser preguntado, o liarme con una llamada de teléfono al superior, o traerme un libro de casa con un marcapáginas en el que pusiera “Viva la Policía Nacional”. No sé, cosas así, entre ridículas y muy tontas.  

Me conozco y sé de lo que hablo. Habría sido el infiltrado de más corta duración dentro de la banda terrorista. También estaría en los anales del Cuerpo, como El Lobo, o como Arantxa Berradre, pero en el otro extremo de la orden de méritos, para equilibrar las energías del universo. 

También es verdad que yo -jamás, ni harto de vino- me hubiese metido a ejercer de Policía Nacional. “Policía ni en broma”, como cantaba Sabina. O picoleto, o milico, o cualquier cosa que lleve una metralleta y un uniforme autoritario. De no haber sido funcionario -disfuncional- de Educación, hubiera sido funcionario de Correos, o de Hacienda, o de cualquier otra institución al servicio del ciudadano. Tengo el alma acomodaticia de los funcionarios, qué le vamos a hacer, pero policía... Ni siquiera para dar de comer a mis hijos. No los hubiera tenido y en paz. 

No es nada personal. Only business. Es puro recelo instintivo. Es verdad que la Policía hace una gran labor social, como la de la ONCE gracias al cupón, pero no es menos cierto que se interponen con demasiada fiereza entre nosotros y los palacios de nuestros negreros. 





Leer más...

Muertos S. L. Temporada 1

🌟🌟🌟🌟

“Muertos S. L.” es la serie ideal que nunca pudieron rodar Azcona y Berlanga. Es una pena que se nos hayan ido antes del boom de las plataformas. Que nadie les diera de beber a tiempo de la Fuente de la Edad.

En la Funeraria Torregrosa se hubieran sentido como peces en el agua. O como ranas en la charca. En un tanatorio se mezclan las clases sociales, se miente a destajo sobre los sentimientos y se producen situaciones fronterizas con el esperpento, y con todo eso, bien mezclado y envenenado, ellos nos hubieran regalado la serie perfecta del momento.

Yo me acordaba de ellos porque en “Muertos S. L.”, al igual que en sus películas inolvidables, todo el mundo va a lo suyo y no deja de dar por culo con sus problemas. Funeraria Torregrosa, como el vestuario del Madrid, como este mismo colegio donde yo trabajo –como cualquier amalgama de currantes en realidad- no es más que la colectivización transitoria de un sinfín de mezquindades y egoísmos. Azcona y Berlanga habrían mejorado el producto porque ellos tenían más mala baba que nadie, un alma más negra que el fondo de los pozos, y además sabían meter dos o tres conversaciones en cada plano: la cacofonía absoluta de los intereses humanos. El zoco donde todo el mundo vende y casi nadie compra. La verborrea como instrumento para hablar de mi libro y nada más que de mi libro. El lenguaje como punto de desencuentro y manipulación. Hacer que escuchas como gesto inútil pero necesario para convivir.

Aunque lo parezca, mi añoranza por Azcona y Berlanga no desmerece el humor negro y afilado que destila “Muertos S. L.”. Es una comedia muy recomendable a la que he tardado en llegar porque tengo mil prejuicios enraizados en la sesera. La había descartado por completo hasta que el otro día, en el bar, mi amigo me insistió una y otra vez para que le diera una oportunidad.

- A ti te van esos personajes como el de Carlos Areces, que provocan más vergüenza ajena que ganas de reír.

Y añadió:

- Y además sale mucho la Torrebejano. Adriana, se llama, ¿ no?

Y él sabe que por ahí muere mi pez y duda mucho el pecador de la pradera. 




Leer más...

Pasaje a la India

🌟🌟🌟


Hace años, cuando vivíamos por encima de nuestras posibilidades, se puso de moda entre mis compañeras de trabajo viajar a la India en vacaciones. Decían que era para encontrarse a sí mismas, para hallar la paz espiritual que Occidente les denegaba. Eso sí: se gastaban un dineral muy materialista entre viajes y alojamientos. 

Yo, en cambio, prefería encontrarme a mí mismo dentro de casa -que es mucho más fácil- y romper el cerdito de los billetes para irme unos días a Gijón, a ver el mar y a comerme unas sardinas. Visto el mar Cantábrico -me consolaba en el “Elogio del horizonte”- visto también el océano Índico.

El primer día de curso ellas nos enseñaban sus fotos en el Taj Mahal o en un mercado de frutas con muchos colores. Las más jóvenes, como Judy Davis en la película, se subían a elefantes engalanados y hacían el gesto de la victoria con una mano mientras con la otra se aferraban a los cuatro pelos del animal. Según ellas, todo era chupiguay en la India: el candor de la gente y la indiferencia por lo material. Pero cuando les preguntabas por las serpientes, por los mosquitos, por el calor insoportable, por las úlceras de los pobres, por el hedor del Ganges o por los buitres al servicio de doña Teresa, mis compañeras cambiaban de tercio y te decían que ya era hora de ponerse a trabajar. 

Viendo todo aquello me hice el solemne juramento de visitar la India sólo si Charlize Theron me invitaba a pasar un fin de semana en su casa del Himalaya. Si no, me iría antes a Tayikistán, o a Kirguizistán, que al menos tienen paisajes esteparios muy parecidos a los eriales de mi infancia. Buscando estatuas de Lenin y cocidos de la tierra me lo pasaría mucho mejor que paseando todo el día pendiente de pisar un mendigo o un alacrán de picadura definitiva.

(“Pasaje a la India” fue la última película de David Lean. No sale mucho la India, pero sí Judy Davis, que luce la mar de guapa. También sale un brahmán que dice ser primo de Obi-Wan Kenobi. Por su contenido reaccionario nunca la emitirán en Canal Red, pero tampoco en 13 TV, porque allí sólo ponen pelis de indios de Norteamérica -y no de la India- y de los colonos que los asesinaban a mansalva).





Leer más...

La hoguera de las vanidades

🌟🌟🌟

“La hoguera de las vanidades” no es tan mala como la pintan. Y aunque es verdad que estuvo nominada a los premios Razzie de 1990, yo les recomiendo que no hagan mucho caso a los entendidos. Juzguen ustedes mismos. 

Recuerdo que en su día le llovieron tantos palos que al final fui al cine sintiéndome culpable, empujado por la pura morbosidad. Fue como entrar en un puticlub mientras los sacerdotes ladran a la puerta. Ni siquiera recuerdo si entonces me gustó. La tenía completamente olvidada. El olvido es muy mal síntoma, pero estimula estos rescates. A veces hace falta crecer para comprender ciertas cosas. 

Lo que sí recuerdo es que cuando se estrenó “La hoguera de las vanidades”, todo el mundo, de repente, decía haber leído la novela de Tom Wolfe – que es un tocho del copón- y argumentaba que la adaptación de Brian de Palma era indigna y traicionera. Años antes ya había pasado lo mismo con “El nombre de la rosa”... De pronto todo el mundo era medievalista y lector de Umberto Eco en la intimidad. Para que luego digan que la gente ya no lee.

El debate de las adaptaciones es tan viejo como el cagar y no tiene solución. Me aburre. La novela es una cosa; el cine, otra. La imaginación de quien escribe no tiene por qué coincidir con la imaginación de quien dirige. Además, hay novelas como “La hoguera de las navidades” -por cierto, no la he leído- que necesitarían una serie moderna para ser desarrollada hasta el último párrafo. Y en 1990 las series de la tele eran una cosa que ya preferimos no recordar.

Sea como sea, conviene revisar “La hoguera de las vanidades”. Habla del racismo y del linchamiento de los inocentes. Parece el negativo fotográfico de “Matar a un ruiseñor” porque aquí el inocente racializado es un caucásico ricachón. Para el caso, da igual. Antes de ser un actor respetable, Tom Hanks bordó aquí su papel de condenado sin pruebas que lo condenen. En España esto ahora es muy común. Las almorávides dicen que hemos avanzado, pero yo creo que hemos retrocedido algo así como siete pueblos y una gran ciudad como Nueva York.




Leer más...

Todo por un sueño

🌟🌟🌟🌟


Cuatro años antes de que Letizia Ortiz presentara los informativos nocturnos en CNN+, Suzanne Stone, también muy rubia y muy desenvuelta, con aspiraciones igual de elevadas en la vida, presentaba la información del tiempo en una cadena local de New Hampshire. 

Es más: cuando Suzanne Stone, la mala de la película, perora ante la cámara guarda un parecido físico más que razonable con doña Letizia. Al menos a mí me lo parece. Las dos, además, esconden un ego desmedido que las convierte en unas trepas de cuidado. La diferencia es que una perdió la vida en el intento y otra llegó a ser reina consorte de Todas las Españas. Por un lado, el destino trágico; por otro, la unidad de destino en lo universal. 

Suzanne y Letizia desarrollaron sus carreras en los viejos tiempos del heteropatriarcado, así que no tuvieron más remedio que acostarse con un hombre para alcanzar sus objetivos. Pero claro: menuda diferencia entre el tarugo del instituto americano y el príncipe europeo que estaba de holganza frente a la tele. Como de comer a mirar. Uno medio lelo y con el labio partido y el otro capitán de los Ejércitos y como importado de Noruega. 

También es verdad que Suzanne era medio boba y alicorta, mientras que Letizia, según cuentan las crónicas de palacio, es una inteligencia desgrasada que deja patidifusos a los periodistas, y a decir de las marujas que siguen sus andanzas, una madraza como pocas, preocupada todo el día por el futuro incierto de las infantas.

 “Todo por un sueño” es un título que vale para resumir la vida de Suzanne Stone y también la de nuestra reina consorte. Las dos son mujeres decididas que lo dejaron todo por un sueño. Después de asesinar al lerdo de su marido, Suzanne Stone se dejó literalmente la vida por ascender en su profesión; Letizia, por su parte, para ascender en la pirámide social y clavarse la punta en el susodicho, se dejó por el camino los valores republicanos y los viejos juramentos de pertenencia al populacho.





Leer más...

Aniquilación

🌟🌟🌟


“Aniquilación” cuenta la historia de una extraña invasión extraterrestre y de un comando de intrépidas mujeres -algo así como un cuerpo especial de Cazafantasmas- que se acercan a los territorios ocupados para comprender la naturaleza última del invasor. 

Antes que ellas ya han caído varios comandos experimentados, así que parece una misión suicida, y de hecho lo es, pero ellas van tan contentas porque una de dos: o han perdido al amor de su vida o no quieren perderse el espectáculo. 

El invasor, de momento, no tiene ojos ni cara. Es más bien una fuerza biológica, un ente que progresa alterando el genoma básico de la naturaleza, convirtiendo el agua en vino y las personas en rosales. En los ecosistemas por donde se ha extendido su influencia -de momento sólo una playa y un trozo de bosque- aparecen maravillas tales como osos que hablan e intestinos que se mueven como culebras. 

Armada de un microscopio de campaña que contempla la evolución loca de los genomas, Natalie Portman hablará mucho de los genes HOX a la concurrencia. Los genes HOX determinan la estructura básica de nuestro cuerpo y básicamente nos emparentan con nuestras mascotas: la boca a un extremo, el culo al otro, el abdomen en el medio, las patas a los costados... Modificar los genes HOX es como jugar a ser Dios. O ser Dios mismo... Supone reinventar la naturaleza y ponerla -literalmente- patas arriba. 

Todo esto parece muy interesante, pero en realidad no lo es. La trama avanza si no te haces ninguna pregunta y te lo tragas todo sin masticar. “Aniquilación” es una película carente de sentido porque aquí la verdadera maravilla biológica es Natalie Portman, y no la fuerza extraña que vino de otro planeta. Natalie Portman es la reformulación mágica del ser humano -quizá la avanzadilla hacia un nuevo paso evolutivo- y sin embargo nadie parece percatarse de ello. Sus compañeras van como ciegas a contemplar la obra del alienígena sin comprender que el verdadero milagro genético camina a su lado dispuesto a inmolarse por amor. Una belleza inmortal, ay, y una pérdida catastrófica. 

Natalie...



Leer más...

Truelove

🌟🌟🌟🌟

Los llamamos amores verdaderos y todavía no sé por qué. ¿Para distinguirlos de los falsos? Menuda tontería. Todos los amores son verdaderos porque si son falsos ya no serían amores. La veracidad va implícita en la definición. Es curioso que no establezcamos esa diferencia con el odio, que es su sentimiento hermanado. Jamás decimos “odio verdadero” para distinguirlo del odio a secas, o del odio menos beligerante. El odio es prístino y categórico.

Al amor, en cambio, lo dividimos en mil categorías inservibles.  Una de ellas es su duración. ¿Y qué más da?  “De fin de mi vida/de fin de semana”, cantaba Javier Krahe cuando recordaba los suyos en “Abajo el alzhéimer”. Que levante la mano quien no haya tenido un amor indudable que sólo haya durado un par de segundos, cruzando un paso de cebra o esperando turno en una panadería. Amores, y por tanto amores verdaderos, yo diría que hemos tenido cientos, o miles, a lo largo de la vida, y no siempre los más largos han sido los más arrebatados. Yo mismo, una vez, estuve dispuesto a dejar mi vida entera a cambio de una sonrisa anónima y sostenida. 

“Truelove”, por tanto, es una serie de título redundante, y además un poco confuso, porque en el original se escribe “Truelove”, todo junto, mientras que en las páginas hispanohablantes lo escriben separado “True love”, lo que no sé si es un detalle sin importancia o una cuestión semántica que explica la doble vía de la trama. 

Las sinopsis hablan de un grupo de ancianos que han decidido matarse unos a otros cuando vayan enfermando y no quieran sufrir más. Pero eso sólo es el banderín de enganche. La serie, poco a poco, va girando hacia el único tema que a mí ya me conmueve en las ficciones (y casi en la vida real): el del amor perdido o traicionado. Si es cierto que todos los amores son verdaderos, también es cierto que sólo hay uno que reina sobre los demás. El primus inter pares. Si no sabes cuál es, pregúntate cuál es el que más te dolió al perderlo. La estaca de Van Helsing más profunda y afilada. 



Leer más...

Cónclave

 🌟🌟🌟🌟

El año pasado, en este colegio donde trabajo, también se produjo un cónclave para elegir al nuevo pastor de nuestro rebaño. Nuestra papisa de entonces no pasó a mejor vida con las manos entrelazadas, pero sí decidió que estaba cansada de poner orden entre tantos intereses contrapuestos. Una buena mañana reunió a la curia en la sala de profesores, anunció que había pedido plaza en el concurso de traslados y nos dijo que allá nos apañáramos todos y todas con su sucesión.  

Se nos cayó el alma de los pies. Sobre todo a mí, el Decano, que por estricto orden sucesorio era el señalado para lucir con muy poco garbo el blanco solideo. Porque aquí, en realidad, no hay cónclaves decisivos más allá de las intrigas que se perpetran por los pasillos. Aquí todo sigue un estricto orden burocrático que viene plasmado en las ordenanzas. Da igual que no quieras aceptar o que te pongas a suplicar de rodillas: el hombre propone y Valladolid dispone. 

Pero no sólo yo me acojoné y decidí ahuecar el ala. Aquí, a diferencia de los cardenales muy ambiciosos de "Cónclave", nadie estaba dispuesto a dirigir una iglesia como la nuestra, atravesada por todo tipo de orgullos y herejías. Los más capaces ya no creen y los más incapaces se desmandan en nombre de la fe. Y además, el cargo apenas tiene reconocimiento profesional: te pagan cuatro chavos por la labor y te arruinan la vida personal para estar todo el santo día preocupado. Aquí no es el Espíritu Santo el que desciende sobre tu cabeza, sino un grajo negrísimo que tiene su nido en un árbol de nuestro patio.

Al igual que yo, todo el mundo pidió plaza en el concurso de traslados. Fueron meses de mucha incertidumbre. De dimes y diretes. De lloros acongojados y de maletas predispuestas. Un día solicitamos a la papisa dimisionaria un cónclave para aclarar la situación. Para ver si a última hora alguien se ofrecía a llevar la pesada carga sobre sus hombros. Las esperanzas eran mínimas, pero de pronto, entre la curia, la persona más insospechada alzó su vocecita y se juzgó digna de proponerse en sacrificio. No sonaron campanas en el cielo, pero yo sentí, por primera vez en años, que Dios se había hecho presente entre nosotros. Alabado sea.





Leer más...

Longlegs

🌟🌟🌟


La gente que dice escuchar la voz de Dios siempre me ha dado mucho miedo. Lo mismo los curas del colegio que los tronados que aún sigo topando por la vida. Son imprevisibles y torticeros. Hace años parecían una especie en vías de extinción, pero han resurgido en el ecosistema como si hubieran hibernado para coger fuerzas renovadas.

La suya es una esquizofrenia como cualquier otra, pero sin diagnóstico clínico, tolerada por el Estado y protegida por el Concordato. Si dices que Napoleón vive dentro de tu cabeza y que te susurra estrategias de batalla o versos guarros para Josefina, te meten directamente en el manicomio. En cambio, si dices que eres un intérprete de la Verdad Revelada te toman por un hombre de fe y te dejan ir libre por la calle. Y si además aprendes latín y te cuelgas un crucifijo del cuello, puedes llegar a obispo y pegarte la vida padre sin renunciar a los placeres carnales que denuncias en los demás. 

Hay otra minoría de esquizofrénicos también protegidos por la psiquiatría que dicen escuchar no la voz de Dios, sino la de Satanás, que es su rival radiofónico en las madrugadas. Si Dios dice que ha sido penalti, ellos prefieren escuchar que el árbitro se equivocó. Es un poco así. Después de todo, el Bien y el Mal sólo son dos interpretaciones del reglamento. Existe una guía básica para que no nos matemos a garrotazos y el resto es interpretable y muy rico en tonos de gris. 

“Longlegs” es una película de terror que protagoniza un psicópata satánico sacado del manual. Todo esto ya lo hemos visto mil veces, pero esta vez, no sé cómo, he conseguido centrarme en sus andanzas. La psicogénesis peculiar de Longlegs se debe a que él prefería sintonizar Radio Belcebú, que es mucho más beligerante que Onda Satanás con la vida terrenal.  Un psicópata belcebúquico siempre da mucho jugo en la ficción porque despliega histrionismos y verborreas que acojonan a cualquiera, pero a este lado de la tele me provocan más terror -porque son muchos más, y además más sibilinos- los asesinos que dicen hablar por boca de los dioses benevolentes.





Leer más...

Los destellos

🌟🌟🌟🌟


La trama de "Los destellos" gira en torno al personaje de Patricia López Arnaiz, esa mujer que vivía desentendida de su exmarido y que de pronto, por el prurito moral, y porque a veces los hijos son más maduros que sus padres, se ve obligada a cuidarle en sus últimos meses de vida. “Los destellos” es una película que habla de las responsabilidades que adquirimos cuando decimos seriamente “te quiero”, o “te amo”, aunque ya hayan pasado tantos años, y tantos amantes por el medio, que nos creíamos libres de cualquier obligación.

Yo tendría que hablar de ella, de Patricia, de su personaje, de su tránsito moral por la película. De su belleza, incluso, aunque solo fuera una línea, para dejar constancia de mi arrobo. Pero es difícil, en mi caso, no quedarme clavado en ese hombre al que interpreta Antonio de la Torre: un cincuentón solitario, con perrete, con las estanterías llenas de libros, con un trabajo poco exigente que le deja tiempo libre para leer, para releer, para atreverse con escrituras que nadie le va a publicar a no ser poniendo dinero de su propio bolsillo. Un hombre que invierte muy poco en decoración y sí mucho en estanterías. Un "dejao" que ya tiene más ovejas blancas que negras pastando entre su barba, y que también es, sospechamos, menos para su hija, como yo para mi hijo, un poco oveja negra de su rebaño. 

De momento, gracias a los dioses, yo todavía no he caído enfermo de nada grave que requiera cuidados cercanos y constantes. Todo el mundo juega un número en la lotería del infortunio, pero a estas edades que antiguos romanos encabezaban con una L la desgracia cotiza al alza y puede sobrevenir en cualquier momento: ahora mismo, incluso, mientras escribo, o cualquier día de estos, escuchando al médico que hay una cifra preocupante en el análisis rutinario. 

¿Quién me cuidaría entonces? Conozco la respuesta y me da mucho miedo. Y aún diría más, como apostillarían Hernández y Fernández: ¿a quién tendría que cuidar yo si la desgracia desviara el tiro hacia otra diana? Más miedo me da todavía. “Los destellos” es una gran película que ha venido a joderme el día y la marrana. Es lo que tienen las grandes historias apegadas a la vida. 




Leer más...

Emilia Pérez

🌟🌟🌟🌟


Don Pantuflo Zapatilla, el padre de Zipi y Zape, repetía mucho la palabra “inefable” cuando veía algo tan insólito que no podía definirse. Leyendo los cómics de Bruguera aprendimos varias palabrejas que ya están a punto de extinguirse. La única persona que las utiliza sin parecer ya un cursi o un gilipollas es Javier Pérez Andújar, mi cuate de Sant Adrià, cuando recuerda aquellos tiempos de rodillas siempre desolladas por culpa del fútbol callejero o de la exploración de descampados.

Imaginar a don Pantuflo Zapatilla viendo una película como “Emilia Pérez” puede causar serios cortocircuitos en las neuronas. No es sólo el abismo entre dos ficciones tan alejadas y surrealistas: es también el salto generacional, el tránsito como de siglos o de civilizaciones. Lo mucho que hemos cambiado -y que nos han hecho cambiar- desde que leíamos el “Pulgarcito” con un bollo de pan y una onza de chocolate. 

“Emilia Pérez” es incluso demasiado moderna para los tiempos que corren. Es tan arriesgada, tan loca, tan demencialmente “inefable”, que sólo los años nos dirán si al final era una genialidad maravillosa o una ocurrencia condenada a la risión y a su pase por la CutreCon. Es una película trans, sí, pero más bien trans-histórica, o trans-opiácea, el desafío consciente y provocador a los algoritmos que tiranizan nuestros destinos. Las polémicas wokes o antiwokes no son más que ruido de fondo y despistan la atención.

“Emilia Pérez” hay que verla para creérsela. No hay otra, porque contada pierde mucho. A mí ya me mataba la curiosidad y por eso la descargué en una versión cojonuda pero sin subtítulos. Al cine ni loco, vamos, con esos móviles como Gusiluces y esos bocazas como gascones. Menos mal que el inglés de la película es más bien escaso y macarrónico. La película ni me ha gustado ni me ha disgustado. No sabría decir.  “Emilia Pérez” no juega en esa dicotomía. Es otra cosa... La faena es ponerse ahora a recomendarla: a ver cómo la vendes, cómo la explicas, cómo te la explicas a ti mismo. Es tan rara que a la actriz principal la quieren llevar a los premios como actriz secundaria, y viceversa. Un sindiós. 




Leer más...

Larry David. Temporada 10

🌟🌟🌟🌟🌟


El episodio 10x7 de “Larry David” se titula “The ugly section”. Puede que sea la mejor ocurrencia de toda la serie. Y eso es mucho decir. La pera limonera. Es tanto como afirmar que un gol es el gol más bonito en la carrera de Maradona, o que Menganita es la chica más guapa en un desfile de Victoria’s Secret. La crème de la crème.

La acción transcurre en un restaurante de Beverly Hills donde los clientes son asignados al ventanal o al interior del local en función de su belleza física. Los guapos y las guapas disfrutan de vistas a la calle y del sol radiante de California; los feos, como nuestro querido Larry y su panda de amigotes, son relegados a mesas interiores donde la iluminación se regatea y el camarero atiende con su sonrisa menos verosímil.

La primera vez que Larry entra en el restaurante apenas tarda dos minutos en darse cuenta de este apartheid fenotípico. No es racismo, ni clasismo: es aspectismo y también escuece lo suyo.

A medias enfadado y perplejo, Larry se lo hace ver al maître, pero éste niega seguir cualquier política empresarial:

- Es solo casualidad -le responde-. No me fijo en esas cosas.

Larry, obviamente, no se lo traga, y al día siguiente regresa en compañía de una mujer hermosísima para hacer dudar al mentiroso. El castigo a su tocapelotez será un nuevo destierro a las zonas interiores del local, donde Larry se quejará amargamente y prometerá justa vendetta. Así son, más o menos, todos los episodios de esta serie inobjetable.

Viendo el episodio por tercera o cuarta vez empecé a pensar que las aplicaciones del amor -la vida misma, en general- también son restaurantes de Beverly Hills donde nos acaban sentando en nuestro sitio por las pintas. La diferencia es que aquí no hay ningún maitre al que hacer responsable de la marginación -Dios, si acaso. Aquí todos somos como somos y hay que asumir nuestro destino. Es la ley del mercado. El aspectismo puro y duro. Relegas y te relegan. El liberalismo económico es un invento del diablo, pero el liberalismo erótico es de una justicia inapelable.







Leer más...

Gladiator II

🌟🌟


Al terminar la película estuve a punto de entrar en Wikipedia para saber qué emperador romano vino después de Caracalla. Porque “Gladiator II” termina con una supuesta reinstauración de la República que en realidad nunca se produjo. 

Ya tenía el teléfono en la mano cuando de pronto me vi ridículo y desistí. Qué más daba: lo iba a aprender hoy y lo iba a olvidar mañana. Y además: quería despojarme cuanto antes del influjo de la película. No entrar en su juego perverso de realidades y falsedades. Fingir que no la había visto y continuar mi vida como si nada. “Gladiator II” es un espectáculo pensado para otras sensibilidades. A mí también me molan las batallas y los duelos, pero no así, no para esto. 

En uno de sus interminables interludios ya había leído las críticas más crueles y divertidas en internet. Suficiente para mí. Así que cerré la app de la Wikipedia, puse la otra de la radio FM -porque soy un señor mayor que todavía escucha la radio deportiva por las noches- le puse el arnés a mi perrito Eddie y nos fuimos a disfrutar del viento nocturno y de la lluvia refrescante. Y aunque es verdad que todos los caminos llevan a Roma, incluidos estos que recorren La Pedanía, mis caminos mentales rápidamente me llevaron a los goles de Mbappé  y a la crisis profunda de nuestro juego.

“... y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal, amén”, decía el Padrenuestro que rezábamos en mi infancia, ya no sé el de ahora. Pero yo caí en la tentación, padre, incluso sabiendo que “Gladiator II” era materia de burla y hasta de escarnio en los foros del Imperio. Pero era domingo, y no había fútbol decente en Movistar, y en la NBA daban un partido entre segundones, y enfrentado al abismo de las horas muertas apareció el diablo para aprovecharse de mi ánimo tristón y de mi ausencia de energías. Y me dijo: 

- “Gladiator II” es una película tan boba y tan tóxica que amenaza con corroerte el disco duro del ordenador si no la sacas pronto de ahí. 

Y tenía más razón que un santo, el puto diablo: verla no ha sido un placer, sino una obligación. Un ver para opinar. Más bien un trabajo y una condena. Un remar de galeotes o un sobrevivir de gladiador.




Leer más...

El cartero (y Pablo Neruda)

🌟🌟🌟🌟

La poesía es el último recurso de los feos. O de los que no tienen ni un duro. El arma definitiva pero blandengue.

Una vez, en Instagram, un escritor de medio pelo entró en mis territorios y me preguntó por mis motivos. Antes de responderle, me aseguro que él escribía para embellecer el mundo y cantarle a la mañana. La verdad es que parecía un poco gilipollas. Pero fuera del mainstream todos somos un poco así: heridos y exagerados.

Yo le respondí que escribía para conquistar a la mujeres y nada más, como el cartero de Pablo Neruda. Pero que luego, ay, por mi torpeza y por mi falta de talento, me salían escrituras muy alejadas del tipo molón y sensible que ahora triunfa en el negocio. Aquel tipo se quedó mudo y se borró al instante como seguidor de mis teorías antropológicas.

Pero yo sé que tengo razón: los hombres guapos no necesitan coger un bolígrafo o emborronar un documento de Word para conquistar, por poner un ejemplo, a María Grazia Cucinotta. Les basta con ser, con estar, con presentarse en sociedad. Con un guiño y un chascarrillo ya las tienen en el bote. Lo del bote es una metáfora, creo. Como esas que le enseñaba Pablo Neruda a su cartero en la isla volcánica.

Porque Mario Ruoppolo, el cartero, también pertenece a mi cofradía: de guapo no tiene nada y parece incluso un poco lerdo. Y de dinero, pues eso, lo justito: la casa, la despensa, los tres vinos en el bar... Una camisa nueva de vez en cuando. Una modestia muy poco sexy. Nada que pueda impresionar a María Grazia Cucinotta, que es la tía más buena del lugar. Una rareza botánica en el país de los cardos. Una mujer destinada a dormir en camas con sábanas más variadas y de mejor calidad. 

Cuando la conoce y se le rompe el corazón, Mario, que es un poco analfabeto, pero tiene el instinto muy certero y afilado, comprende que su último recurso, su disparo a la desesperada, será conquistarla con la poesía. Sin haber leído a Gabriel Celaya, él también sabe que la poesía es un arma cargada de futuro. 

Mario tiene la suerte de vivir al lado de Pablo Neruda para que le aconseje. Yo, en cambio, lo voy aprendiendo todo solito, golpe a golpe, y hostia a hostia.






Leer más...

Memory

🌟🌟


1. Comienzo a ver “Memory” en el tren que me lleva de León a Ponferrada. Es el último día de mis vacaciones de Navidad. No me quejo. Tantos días libres te hacen soñar con la libertad absoluta y eso no es bueno para el espíritu.

2. Elijo “Memory” en mi ordenador porque solo me queda media hora para llegar y no quiero empezar una película que tenga mejores perspectivas. Con “Memory” me ahogo en un mar de dudas. La sinopsis es, cuanto menos, ridícula. Hay muchos espectadores que se chotean de la película por las redes. 

En realidad he elegido "Memory" porque actúa en ella Jessica Chastain. Nada más. Mi amor por Jessica -vaya por delante- es puro y muy respetuoso. No la cosifico para nada. La deseo sí, pero en cuerpo y alma. Yo creo que en realidad su reino no es de este mundo, como aquél de Jesucristo. Terrence Malick, en “El árbol de la vida”, opinaba lo mismo que yo. 

También es verdad que he descargado “Memory” porque la dirige Michel Franco, ese tipo que una vez me dejó muy perturbado con “Nuevo orden”, tan fallida como estimulante.

3. Veo 20’ antes de ponerme nervioso con la llegada del tren. Es noche cerrada y no hay avisos por megafonía. Si me despisto, podría acabar, qué se yo, en Orense. Además, hay un niño que va dando por el culo todo el rato con sus berrinches. Es el pan nuestro de cada tren. Nacen pocos y aun así son demasiados... 

4. La película, como me temía, es tendente al rollo y al extravío. Más que eso: es absurda. Podría borrarla y hacer como que nunca existió. En el barullo de las ropas y las maletas me olvido de darle al icono de la papelera.

5. Pasan los días y de pronto me acuerdo de que tengo “Memory” esperando sentencia definitiva. Sólo por ver a Jessica Chastain le concedo una segunda oportunidad. Elijo la hora de la siesta en un acto de desconfianza. Al poco me quedo dormido como un ceporro.

Cuando desperté, Jessica seguía ahí, tan bella como siempre. Pero su personaje, ay, es incomprensible. Se supone que es una mujer traumatizada con los hombres por los abusos que sufrió de niña, y sin embargo se enamora de un notas con demencia senil que jamás sabes si va a besarte o a agredirte.

6. Aguanto 15’ y me vuelvo a quedar adormilado. El final de la película lo paso a x8 de velocidad. Me pierdo a Jessica, sí, pero recupero mi vida anterior, que sin ella, también es verdad, es un poco más triste.




Leer más...

Begin Again

🌟🌟🌟


Nadie en su sano juicio abandonaría a una mujer como Keira Knightley a no ser que ella:

a) Sea una psicótica con brotes paranoides que camina por la vida sin diagnosticar (a veces pasa).

b) Descubra de repente a Jesucristo y decida convertir su piel humana en cuerpo místico y consagrado.

c) Te vacíe la cuenta bancaria hasta que tengas que decir basta y encima te eche en cara tu actitud (a veces también pasa).

d) Necesite comerse tus testículos en rodajas para curar las fases más agudas de su problemática depresiva.

e) Niegue las pruebas evidentes de que se acuesta con otros hombres y te acuse a ti -monje trapense y tonto enamorado- de pegársela con las tías más o menos sospechosas de tu lánguido ecosistema.


Pero Keira Knightley, en “Beging Again”, a diferencia de esas mujeres que yo por supuesto jamás he conocido, no presenta ninguno de estos cuadros psiquiátricos ni comete atrocidades que te cuestan la salud. Keira es guapísima, majísima, toca la guitarra como los ángeles y vive colgada del sueño musical de su novio talentoso. Keira es... la pera limonera. Y sin embargo, el pichabrava de su novio, en una decisión aberrante que estropea la película entera porque es su punto de partida y su hilo melodramático, la dejará por otra mujer en un acto que es al mismo tiempo pecado mortal e imposible metafísico.

Así las cosas, “Begin Again” -que no tiene nada que ver con “Volver a empezar”, la película que rodó José Luis Garci antes de cambiarse el apellido por Aznar- se instala en un realismo mágico como de García Márquez en el que Nueva York se transforma en Macondo y todo el mundo celebra las desgracias componiendo canciones y jurando no vendérselas jamás al sucio capital. Más vale cantar de pie que triunfar arrodillado. Pues puede que sí, mi comandante, pero también puede que no.






Leer más...